El año que comienza
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo”, decían las tarjetas que los serenos, los carteros y otros empleados públicos repartían por las casas, y salían con una propina.
También en muchas comunicaciones de teléfono móvil se felicita las fiestas con este doble motivo, y es que, en la civilización de raíz cristiana, las Navidades y el estreno del nuevo año resultan inseparables.
De hecho los cristianos siempre comenzamos el año –el año litúrgicounas semanas antes que el almanaque civil. El Adviento nos prepara para el nacimiento de Jesucristo y la Navidad es antesala de un tiempo nuevo que nos obliga a cambiar las agendas y los calendarios.
En este último día de 2017, a pocas horas de que comiencen los festejos por la entrada en 2018, habrá quien mire al pasado histórico, y se fijará en que si el año que termina fue el centenario de la Revolución Rusa, el que viene será el del final de la Primera Guerra Mundial.
Pero son más las personas que miran al futuro, que por propia definición es incierto. Se nos presenta como un camino de 365 días que vamos a emprender con ilusión o al menos con esperanza. No será una autopista, sino una senda con subidas y bajadas, curvas y posibles baches, pero no nos asusta si para recorrerlo nos sentimos acompañados por Aquel que dijo de sí mismo “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
No dijo: yo soy la meta, o yo soy el juez de meta, o el auditor que va a pasarte cuentas a ver si tienes correcto el expediente.
A veces tenemos un concepto equivocado de lo que supone vivir en cristiano, como si fuera un código de buena conducta, un conjunto de normas morales o una carrera de obstáculos. También las metáforas del plano inclinado o del nadar contracorriente pueden interpretarse mal.
Por supuesto la vida cristiana implica esfuerzo, sacrificio y constancia, pero sobre todo es sabernos encontrados por un Dios que “nos primerea” –como dice el Papa Francisco– nos llama y sale a nuestro encuentro para hacernos felices en esta vida y en la eternidad.
Los fuegos artificiales que saludan una noche como la de hoy son bonitos, pero los cohetes duran poco y caen o se destruyen. La alegría que permanece es
Pensemos en quienes lo pasan mal en estas fiestas; No pensemos que no está en nuestras manos ayudarles
la que está enraizada en Dios y en los valores universales que cada persona lleva impresos en el corazón.
La solidaridad con los demás es el más importante. Pensemos en quienes lo pasan mal en estas fiestas: los pobres, desempleados, refugiados, inmigrantes, enfermos… No pensemos que no está en nuestras manos ayudarles. Solo citaré dos ejemplos de estos días: la Marató de TV3, que con pequeñas aportaciones logra fondos económicos importantes para la investigación de enfermedades, y la Comida de Navidad que organiza la Comunidad de San Egidio cada 25 de diciembre en tantas ciudades de todo el mundo, en la que se confunden servidores y servidos. Si hay preocupación por los demás, las iniciativas personales o sociales salen solas.
Con este pensamiento me permito desear felices fiestas a los lectores a los que pueda llegar desde esta sección de La Vanguardia.