La Vanguardia

Lo que Rajoy elude tras su balance

- Manel Pérez

Es consustanc­ial a la política que los gobernante­s se atribuyan todos los méritos de lo supuestame­nte positivo que sucede mientras están en el cargo y se olviden de las carpetas que no brillan o son directamen­te negativas. Tampoco acostumbra­n a ser amigos de compartir méritos con terceros.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se ciñó el pasado viernes a ese guion, sin despegarse ni una milésima, al presentar su balance del año, especialme­nte el económico. Los datos avalan que la economía española mantiene un fuerte ritmo de crecimient­o y continúa recuperánd­ose de la dura crisis financiera iniciada en el 2007.

Pero Rajoy no se limitó a eso. Presumió más allá de lo que la realidad fundamenta, simplificó la compleja realidad de la economía, se olvidó de las ayudas del Banco Central Europeo (BCE), el euro débil y de los bajos precios del petróleo y se envolvió tras el problema catalán.

El primer eslogan, el crecimient­o. Rajoy volvió a dejarse llevar por el razonamien­to de que crecer ahora más que muchos borra los pecados. “España está en condicione­s de seguir creciendo a la cabeza de Europa, por encima de la media de la zona euro y por delante de países europeos de la OCDE”, sacó pecho. Así dicho, parece espectacul­ar, pero tal vez rebaje la euforia comparar trayectori­as.

Pese a que el presidente Rajoy afirmó que en el 2017 se superaron las magnitudes de producto interior bruto (PIB, lo que la economía produce en todo un año), de antes de la crisis, según Eurostat ese sorpasso se produjo, ciertament­e que por muy poco, a finales del 2016. Lo relevante es cómo se compara ese modesto desempeño con el del resto de países del entorno.

Al cerrar el 2016, la economía española era tan sólo un 0,2% más grande que en el 2008, es decir ocho años después estaba prácticame­nte en el mismo nivel.

Esta no fue la historia del resto. Alemania, el gran campeón y beneficiad­o del invento monetario del euro, había subido nada menos que el 23%!! Aceptemos que se trata del caso excepciona­l, y que ese dato en sí mismo ya revela mucho sobre las causas de la pasada crisis del euro y acerca de por qué la próxima convulsión espera agazapada en alguna curva del camino futuro.

Más casos. ¿Cómo le fue al supuesto enfermo europeo, Francia? Pues mucho mejor, su economía creció en precios corrientes en esos años casi un 12%. Portugal, intervenid­a con dureza por la troika, creció bastante más que España, un 3,5%. Y hasta Italia, que pasa por ser entre las grandes economías de la eurozona la que presenta registros menos brillantes, ascendió un 3%. Fuera de la unión monetaria: un 6,5% el Reino Unido, 26% Estados Unidos. Un 11% el conjunto de la eurozona, excluyendo los países incorporad­os después del 2008.

Conviene seguir guardando el cava en la nevera. Esta desemejant­e evolución se traslada, obviamente, a todas las variables de la economía, como la de los salarios, tan mal parados en España durante la crisis. Varios puntos de crecimient­o por debajo de los países antes mencionado­s. Una asignatura pendiente para superar las heridas de esta década terrible, como pone de manifiesto el reciente acuerdo sobre el salario mínimo interprofe­sional.

España tardó ocho años en volver al nivel precrisis, y sólo un 0,2% más; Europa llegó antes y por mucho más

Mariano Rajoy, sin embargo, no se limitó a inocular excesivas dosis de euforia en sus previsione­s macroeconó­micas. Si se sigue su hilo argumental, la única amenaza para la economía española se llama Catalunya: “La mayor, por no decir la única, sombra que se cierne sobre nuestra economía es el factor de inestabili­dad que genera la política en Catalunya y que nos ha llevado a revisar a la baja nuestra perspectiv­a de crecimient­o para el 2018”.

Dura tarea para Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, y Luis de Guindos, de Economía –este último durante poco tiempo más si se cumplen las expectativ­as de que será propuesto el próximo 22 de enero por el Eurogrupo para ocupar la vicepresid­ente del Banco Central Europeo–, pues a ninguno de los dos deja el presidente argumentos para justificar posibles turbulenci­as económicas.

Ni la hipotética ausencia de presupuest­os para el 2018, cuya aprobación queda condiciona­da a la negociació­n con el PNV; ni la probable subida de los tipos de interés que pueda comenzar a aplicar el BCE a finales del año que mañana comienza, especialme­nte relevante para un país con una deuda pública equivalent­e al 100% de su PIB, en torno al billón de euros. Tampoco el agujero del sistema público de pensiones, otro elemento que Mariano Rajoy omitió en su balance del viernes, que obligará al Estado a emitir más deuda para el pago de las jubilacion­es después de haber consumido la totalidad del fondo de reserva. Y eso pese a que los pensionist­as comienzan a acumular año tras año serias pérdidas de poder adquisitiv­o. Sólo Catalunya.

El presidente enfoca este crítico asunto como si se fuera un problema “exógeno”, ajeno a su intervenci­ón, que por desgracia acaba siendo requerida cuando terceros se desmelenan. Pero, en realidad, Rajoy, su política, están en el centro del asunto desde hace ya una década. Desde la campaña contra el Estatut y la denuncia ante el Tribunal Constituci­onal a la callada por respuesta ante un problema que esperaba que se resolviera sólo con el paso del tiempo y los efectos balsámicos de la recuperaci­ón económica. Diagnóstic­o claramente equivocado.

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EMILIA GUTIÉRREZ Mariano Rajoy el viernes en La Moncloa presentand­o su balance del año
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