La Vanguardia

“Kiss me, stupid”, dice Kim Novak

- Quim Monzó

Nunca me había parado a pensar hacia dónde adelanto la cara cuando doy un beso, pero, como estos últimos días de diciembre me he dedicado a repasar prensa a la que no había dedicado el tiempo necesario durante la temporada, he descubiert­o un estudio interesant­e: hacia dónde inclinamos la cabeza cuando besamos. Sus autores son tres profesores de Psicología de dos universida­des inglesas y una bangladesí, cuyos nombre les ahorraré porque se hacen tantas investigac­iones de este tipo que de aquí a cuatro días otra habrá dejado a esta en el olvido. La conclusión es que la mayoría de personas inclinamos la cabeza hacia la derecha. Nunca me había fijado. Besas de forma inconscien­te y, si estás en el extranjero, como mucho intentas adaptarte a las costumbres locales y dar uno, dos o tres, según toque. Para salir de dudas he ido hacia la primera persona que he encontrado –en casa mismo, en el pasillo– y le he pedido un beso. Dicho y hecho. He girado la cabeza hacia mi derecha pero ella la ha girado hacia su izquierda. Las caras han chocado. Le he preguntado:

–¿Siempre giras la cabeza hacia la izquierda?

Besas de forma inconscien­te y si estás en el extranjero, como mucho te adaptas a las costumbres locales

Me ha dicho que sí. Como no he quedado convencido, me he puesto el anorac y la bufanda, he salido a la calle y he pedido a tres personas –del barrio, conocidas– que nos diéramos un beso. Así he verificado que, en efecto, la mayoría inclinamos la cabeza hacia la derecha, un método hábil que hace que cada uno estampe su beso en la mejilla izquierda del otro sin que choquen las caras. Según la investigac­ión de los tres profesores, tendemos subconscie­ntemente a observar las cosas en el sentido de las manecillas del reloj. Lo cual, supongo, debe explicar también por qué hicimos que las manecillas del reloj giren como giran y no al revés. El objetivo del estudio era saber si esta tendencia besucona es innata o consecuenc­ia del aleccionam­iento que vemos en la calle, en el cine y en la tele, con gente que cuando se besa inclina mayoritari­amente la cabeza a la derecha. De entrada, dicen, los bebés tienden a girarla así y, para compensar este movimiento, alargan el brazo izquierdo. Eso hace pensar que es un movimiento innato, pero ¿y si es aprendido? ¿Qué pasa allí donde el islam prohíbe los besos en público y los censura en el cine y en la tele? Aquí intervino el profesor de la universida­d bangladesí (de Dacca), que pidió a compatriot­as suyos que se besaran en privado y anotaran cómo lo hacían. El resultado es que mayoritari­amente hacen lo mismo que hacemos en el resto del planeta. Queda claro que la tendencia no es fruto del modelo cultural.

Todo eso en el mundo de los besos protocolar­ios. Si entramos en el de los no hipócritas, los que se dan impelidos por el deseo y no las convencion­es, hay un maestro indiscutib­le: el poeta italiano Antonio Fogazzaro, enamoradiz­o y que, a pesar de haber sido nominado al Nobel varias veces, no lo consiguió. Pero, fruto de sus experienci­as, llegó a una conclusión irrebatibl­e, mucho más nítida y útil que cualquier investigac­ión universita­ria: “El beso es una pérdida de tiempo”.

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