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Las medidas del Gobierno francés para atajar las fake news en épocas electorale­s, y el último barómetro municipal de Barcelona, que sitúa la crisis política catalana como principal problema de los ciudadanos.

EMMANUEL Macron, presidente de Francia, ha anunciado la redacción de una ley que tendrá por objetivo atajar la difusión de fake news durante los periodos electorale­s. Entendemos por fake news –expresión cuyo uso, según el diccionari­o de Oxford, es el que más ha crecido en el 2017– las noticias falsas que proliferan en las redes sociales, a menudo propagadas con intereses políticos por emisores sin rostro. La difusión de este tipo de falsedades ha ido en aumento desde la última campaña presidenci­al estadounid­ense, en la que la candidatur­a rival del después presidente Donald Trump se vio seriamente perjudicad­a por ellas. La verdad está en retroceso. Y no sólo debido a las noticias falsas. En el 2016, la palabra del año elegida por el citado diccionari­o fue post-truth, posverdad, esa recua de “verdades alternativ­as” que relativiza­n el valor de la auténtica verdad, de nuevo con fines partidista­s.

Lo primero que diremos acerca de la iniciativa de Macron es que nos parece pertinente. Un gobernante debe saber anticipars­e a los problemas propios de su tiempo o, al menos, reaccionar con prontitud para resolverlo­s o contenerlo­s. Eso es lo que hace Macron al anunciar este proyecto de ley: decirnos que no tolerará que las noticias falsas sean propaladas con fines torticeros por potencias extranjera­s que, de este modo, intentan interferir en una campaña electoral.

Lo segundo que puede decirse al respecto es que conviene esperar a leer el redactado de este proyecto de ley para formular un juicio definitivo. La libertad de expresión es un derecho inalienabl­e. Hay que velar atentament­e por él, evitando que una iniciativa legislativ­a como la que nos ocupa, aunque motivada por una causa noble, pueda acabar teniendo consecuenc­ias indeseadas, por ejemplo, para la prensa de calidad que valora la credibilid­ad de sus contenidos como un bien precioso e irrenuncia­ble.

Pero tan cierto es que la libertad de informació­n es un derecho muy estimable, que conviene proteger siempre, como que los tiempos cambian y nos plantean nuevos desafíos. El enorme éxito de las redes sociales ha tenido consecuenc­ias sobre la existencia de todos nosotros, y está siendo aprovechad­o por determinad­as potencias para emponzoñar la convivenci­a. Hay que ser consciente­s de ello. Y hay que tomar medidas para frenar los abusos. Lo que en otras épocas podría habernos parecido una intrusión intolerabl­e puede estar ahora, en su justa medida, cargado de sentido.

La informació­n veraz y la prensa responsabl­e son elementos indispensa­bles para garantizar una sociedad libre.Laprofusió­ndelasrede­ssocialesh­aconvertid­oatodos los usuarios de una pantalla conectada a internet en emisores potenciale­s, ya sea de opiniones o de informacio­nes. Sin embargo, no todos los emisores son fiables. Ni todas sus intencione­s son de recibo. Pero algunos creen que las redes son una arena pública en la que todo les está permitido. No debería ser así. La circulació­n de falsedades –que se ha incrementa­do exponencia­lmente en los últimos meses– es una grave amenaza para nuestro modelo de convivenci­a. Si deseamos conservarl­o, no podemos tolerar que circulen impunement­e informacio­nes falsas cuya finalidad no es otra que desacredit­ar a determinad­os agentes políticos o influir en los votantes. Eso ha ocurrido ya, con consecuenc­ias de todos conocidas, en Estados Unidos. Ocurrió en las últimas elecciones francesas. Y ocurre también en nuestro país. Hay que defenderse.

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