¡Qué graciosos son los extranjeros!
Puede ser una polémica banal, puede que no, porque tiende a emerger periódicamente en Japón. El último caso: en un programa televisivo de Fin de Año, el cómico Hamada hizo un sketch caracterizado como Eddie Murphy en el popular filme Superdetective en Hollywood. Y como el actor estadounidense es negro, se pintó la cara. El debate en las redes sociales a raíz del show ha dado para discutir si la práctica del llamado blackface –el maquillaje del rostro para parecer negro, según una práctica que data de la época de la peor segregación racial en el cine y el teatro, o de las cabalgatas de Reyes en España no hace tantos años...–, es discriminatoria, constituye una burla y revela un mal reconocido racismo nipón.
El escritor afroamericano Baye McNeil, que reside en Japón desde hace trece años, lanzó la polémica en Twitter. No es la primera vez. En el 2009 apareció en televisión el actor Koichi Yamadera cantando What a wonderful world y se pintó la cara, al parecer expresando el mayor afecto hacia Louis Armstrong. No molestó. Pero poco después, el grupo femenino Momoiro Clover Z se hizo una foto promocional con las caras pintadas al lado de los Rats&Star, que desde los años ochenta venían actuando de esa guisa. Al verlos a todos juntos así (y además con guantes blancos, como Al Jolson en El cantor de jazz, en... ¡1927!), Baye McNeil lanzó una campaña en Change.org con la que logró que Fuji TV retirara de su programación la aparición de los dos grupos vocales luciendo blackface.
Para McNeil era bastante intolerable que esa tradición artística –vista también en el teatro musical– se mantuviera. En el caso de la imitación de Eddie Murphy los argumentos se le han complicado porque muy difícilmente se puede acusar al cómico Hamada de un acto racista. De hecho, el propio McNeil admitió en una columna en el Japan Times que la apreciación de los japoneses hacia los negros puede ser, en ese sentido, positiva. Pero asimismo ha observado que en el imaginario nipón esa imagen de la negritud está ligada al humor y la diversión.
Pero la cosa no acaba ahí. Los blancos tampoco se libran. En ese imaginario popular, los occidentales son narizotas –al igual que en China– y así han aparecido repetidamente en anuncios publicitarios: con actores luciendo un gran apéndice nasal de plástico, sujeto con su gomita y todo y sin maquillaje para disimular. Un peluquín rubio, una gesticulación disparatada y, a veces, ojos bien redondos completan la caricatura.
Así se ha visto en anuncios de comida italiana, de licor para señoras, de alquiler de coches... En el 2013, la compañía Toshiba tuvo que retirar –incluso de YouTube– un vídeo publicitario de una panificadora (que servía además para cocer arroz) porque presentaba a una ejecutiva occidental como una estúpida exagerada al lado de una educada colega japonesa. El anuncio fue tachado de racista y se recriminó a Toshiba que no tuviera en cuenta que, al fin y al cabo, señores, son ustedes una multinacional.
Asimismo polémico, pero en realidad bastante inocuo, fue el comercial de la aerolínea ANA, que jugaba con la idea de la apertura de Japón al mundo y acababa, de manera irónica, con un piloto japonés convertido en occidental, con su cabello rubio y su narizota.
Los asiáticos –coreanos y chinos por lo menos– pueden argumentar sobre la pervivencia de un racismo nipón, mientras los sociólogos ponderan sobre la insularidad de los japoneses y una supuesta homogeneidad étnica, sus pulsiones de fascinación-rechazo ante Occidente y, desde luego, su cultura popular urbana, increíblemente rica y dinámica... Para un extranjero que conoce el país como Baye McNeil, “a los japoneses les llevará tiempo dejar de encontrar gracioso e inocente pintar a los demás bajo criterios raciales, y eso se producirá al mismo tiempo que la propia sociedad asuma su diversidad creciente y se vuelva menos tolerante con la discriminación”.
Grupos vocales se pintan de negro y se caricaturiza a los occidentales con grandes narices