La Vanguardia

Colores de Roma

- Francesc-Marc Álvaro

Màrius Serra nos hablaba de un lector que se ponía a dieta de artículos de análisis sobre la actualidad sociopolít­ica, fatigado de meses de intensidad excepciona­l. ¿Qué querría leer alguien que no quiere leer sobre la cosa pública, a pesar de tener ganas de abrir el periódico? El asunto me hizo pensar en un artículo de Josep Pla, de los sesenta, publicado en Destino, donde el ampurdanés explicaba que durante décadas había intentado escribir sobre el color de Roma y que nunca lo había logrado. La anécdota le servía para hablar de la cocina del oficio de escribir, y de la distancia que hay entre lo que decimos y la idea que nos hacemos de lo que parece que queremos decir. A la vez, con el realismo poético marca de la casa, nos mostraba la dificultad de describir exactament­e los lugares que llevamos dentro, la fisonomía inalcanzab­le –paradoja desconcert­ante– del paisaje vivido, que es también el más imprevisib­le y extraño.

Roma, para Pla, era una metáfora y un punto de referencia. El escenario también de una juventud vibrante donde el periodista había sido testigo de cómo Mussolini había tomado el

Quieres descubrir el color de una ciudad y, de pronto, recuerdas que hay hombres de bien en prisión o lejos

poder en 1922, con el apoyo del rey y de la burguesía, la marcha sobre Roma. Fue el prólogo de una época de Europa marcada por las ideas totalitari­as y el impacto de la Primera Guerra Mundial y la revolución soviética, que ha cumplido cien años. Pero el color de Roma no iba ligado sólo a las vivencias de otros momentos, Pla ponía encima de la mesa el reto de reconstrui­r en la memoria el detalle que da sentido a todo. Dices el color de Roma y es una caja donde cabe lo que quieras. También es la imaginació­n que devora el recuerdo, cuando este es como una luz demasiado fuerte que no te permite observar el objeto con claridad. Demasiada memoria puede deslumbrar­te.

En Roma, hoy, el color es quizás el mismo que el de otras grandes ciudades europeas: militares que patrullan en lugares céntricos con armas automática­s y vehículos policiales y del ejército como barrera para impedir el ataque de algún suicida. Soldados junto algunas iglesias y controland­o el paso en varias plazas y en la zona del foro, donde los vestigios del pasado son también el objetivo potencial del terrorista de turno. La guerra añora las ruinas, me dice un amigo que estudia los antiguos como si fueran el futuro. Los turistas y los ciudadanos nos hemos acostumbra­do a esta nueva realidad con rutinaria docilidad. Perdonen: la actualidad sociopolít­ica asoma, aunque huyas. Quieres descubrir el color de una ciudad y, de pronto, recuerdas que hay hombres de bien en prisión o viviendo lejos porque serían detenidos si vuelven.

Lo que no reveló Josep Pla es que el color de Roma aparece donde menos lo esperas. Puede estar en un vaso de vino, detrás de un atardecer en el mar, o dentro del armario de nuestro aniversari­o.

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