No hablaremos de sexo
Mi joven vecina entra en casa derrapando y se tumba en mi sofá. Como suele hacer ella. No soy joven, dice. ¿Cómo sabes que voy a escribir de ti?, digo. Tiene una resaca monumental. El primer día del año perdido, dice, de un sofá a otro, con un mono agarrado a mi cráneo; así es imposible planificar buenos propósitos. ¿Llevas varios sofás? Unos cuantos. Yo no te veo ningún mono. Ja, dice, y mira el techo. Me cuenta que le encanta un libro de Ngozi Adichie, Americanah, en que la protagonista llama “Techo” a un amor, porque dejó de ver el techo la primera vez que él le quitó el sujetador. ¿Por qué nunca escribes aquí sobre sexo?, suelta. No sé, ¿por qué debería hacerlo? ¿Y por qué no?
Voy por unos vasos de agua mientras me lo pienso. A lo mejor no lo hago porque soy mujer, digo. Pues ya me contarás quién lo va a hacer, los hombres tampoco escriben aquí sobre sexo. Precisamente por eso no lo hago, digo. Me he perdido, dice, el mono aprieta. Quizás algunas articulistas sintamos que tenemos que seguir demostrando que somos personas serias. ¿Serias? Ya sabes, intelectuales, concienzudas, craneales, temáticas; cualquier cosa que no se relacione con nuestro cuerpo. Menuda idiotez, dice. Ya, en realidad no sé si esto ha sido una frase machista o feminista. Vieja, dice. ¿Y qué crees que debería escribir sobre sexo? Muchas cosas. Como qué. Podrías relacionar tus elucubraciones con tus momentos sexuales más interesantes, como haciendo grandes parábolas. Ah. Dale, dice. No lo veo, digo, sospecho que esto se convertiría de pronto en una especie de sección femenina. Prejuicios, susurra. Sí. Bueno, dice, pues pon que yo anoche me morreé con un amigo en la calle y sentí que me tragaba toda la magdalena de Proust. Caramba. ¿Te parece bastante intelectual? ¿Toda entera? Hasta la última miga. Ya, medito, sentiste eso porque sabías que era Nochevieja. Probablemente, dice. Saco unas galletas.
Aunque esta semana igual tiene más sentido que escribas sobre el truco de la visión cósmica, dice ahora. Ya, lo del puntito en el universo. La calma de la insignificancia. Sí, dale. A la gente estos días le da por plantearse cosas; cómo ha llegado aquí y allá, lo que no ha hecho, lo que ya no está, lo que querría hacer en realidad. La gente se pone a mirarse a sí misma obsesivamente. Es peligroso. Se acaba siendo un gigante demasiado pesado. Sí, dale a la visión cósmica. Venga, aleja la cámara. Ponla en el techo. Fuera el techo. Sigue subiéndola por el cielo nocturno. Más. ¿Nos ves ahí abajo? Ya tenemos el tamaño de dos de estas letras. Todavía podemos ser más pequeñas. Siente la inmensidad. Tampoco te pases. Más arriba. Ya casi no se nos distingue. Dos puntitos insignificantes, perdidos en el cosmos como cualquier otro puntito. Saluda. Pásame las galletas. Nada era tan importante.
Estos días la gente se pone a mirarse a sí misma obsesivamente; es peligroso