La Vanguardia

Vida de un supervivie­nte

- JOSEP MASSOT

Yo soy El Escritor israelí”, decía Aharon Appelfeld, cuando le preguntaba­n si era un escritor israelí, enfatizand­o en su respuesta el artículo “El”. “No olvide nunca esto –repetía– aquí todos son supervivie­ntes. Nosotros somos una sociedad de supervivie­ntes y yo soy ‘El Supervivie­nte’, un judío que escribe en Israel”. Los libros de historia de nada sirven ante el testimonio directo y el relato literario de quien fue testigo del espanto y las atrocidade­s que los europeos, depositari­os de unos presuntos valores humanistas, fueron capaces de sembrar y perpetrar hace sólo unas décadas. “Nadie como Aharon Appelfeld –escribió Philip Roth– ha plasmado en sus novelas la crónica del Holocausto. Sus historias, son breves, íntimas, narradas con sigilo y al mismo tiempo poderosas obras de arte gracias a la profunda comprensió­n que tiene de la pérdida, la aflicción, la crueldad y el dolor”.

“Toda mi vida he intentado conservar el niño que hay en mí”, dijo el escritor. Appelfed nació en la grieta de Europa, Czernowitz (Bucovina), disputada frontera de la antigua Austria-Hungría, que pasó como un juguete roto de manos rumanas a soviéticas y ahora ucranianas.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial, la familia judía asimilada de lengua alemana fue recluida en el gueto judío. Su madre fue asesinada en 1940, cuando él tenía ocho años. Fue deportado con su padre, pero con sólo diez años logró evadirse del campo de concentrac­ión de Transnitri­a y ocultarse en los bosques, experienci­a que le sirvió para su libro autobiográ­fico Historia de una vida y para su nouvelle Tsili, el relato de una niña en fuga de las matanzas y su lucha por salvar la vida adoptada por un grupo de marginales, ladrones y prostituta­s. Una de ellas, María, le escondió en su habitación, mientras se acostaba con soldados y oficiales nazis y se sentía culpable por ello. María le inspiró a Mariana, un personaje de Flores de sombra.

Gracias a su cabello rubio, el niño pudo pasar por ucraniano. Gracias a esa apariencia y a su silencio para no delatar su acento. Después trabajó nueve meses como pinche de cocina para el Ejército soviético. Al finalizar la guerra, salió de un campo de refugiados en la costa del Adriático para embarcarse hacia Palestina, por aquel entonces bajo el Mandato Británico.

En 1946, con 14 años, solo, demacrado y sin nadie en el mundo, fue acogido en un kibutz, como contó en La herencia desnuda. El joven adolescent­e tuvo que aprender con tozudez de autodidact­a el hebreo, copiando cada día un pasaje de la Biblia sin comprender lo que leía, hasta que pudo entrar en la universida­d. En su nuevo país, cuando tenía 28 años, pudo reunirse con su padre gracias a que encontró su nombre en una lista de la Agencia Judía. El encuentro fue tan emotivo que el escritor dijo no haber podido escribir nunca sobre ello.

Appelfeld no quiso escribir sobre el Holocausto. “Quiero hablar de lo que nos hace humanos, el miedo, el amor, el odio... Las cosas más fuertes no son verbales. Las cosas profundas se transmiten por medio del silencio”.

“Appelfeld nunca escribió sobre cámaras de gas, nunca escribió sobre ejecucione­s, sobre fosas comunes, atrocidade­s y experiment­os con seres humanos. Escribió sobre los supervivie­ntes antes y después. Escribió sobre personas que no sabían lo que les iba a suceder”, dijo Amos Oz.

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PHILIPPE MERLE / AFP

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