La Vanguardia

Primer regalo del 2018

- Sergi Pàmies

Primera buena noticia del año: nuevo disco de Toti Soler. Se titula Twins y homenajea la alegría vital de sus nietos mellizos, que, como es habitual en la obra de este músico, participan en una de sus canciones igual que en otros discos participar­on otros parientes melómanos. Menos monástico y esencial que sus trabajos anteriores, Twins recoge semillas sembradas a lo largo de toda una vida y, más como inventario que como balance, descubre la sorprenden­te coherencia de la cosecha. El hilo conductor de todo es el talento para evoluciona­r sin moverse y no perder una dignidad contestata­ria que nace de una evidencia: saber que el aprendizaj­e es como la naturaleza, una cuestión de tiempo.

En Twins Soler se permite abrir el foco de su trayectori­a sin perder las irredentas fidelidade­s que lo definen. La primera, Ovidi Montllor. Ahora suena el Perquè vull, que en los conciertos ha recuperado en compañía de Gemma Humet. El arreglo para guitarra es voluptuoso y la voz de Humet escandalos­amente contemporá­nea. Y no hace falta ser muy intuitivo para adivinar que Montllor se levantaría para aplaudir esta versión, compatible con las mejores o más añoradas interpreta­ciones de una canción que, al igual que el pan del Tot explota pel cap o per la pota, ha renacido como parte del cancionero de la insurrecci­ón independen­tista. Para muchos seguidores de Soler, sin embargo, el Perquè vull más deslumbran­te sonó en el Olympia el año 1975. Sinopsis: vestido de negro, Ovidi sale al escenario, presenta a su acompañant­e, se excusa por su mal francés, a trompicone­s intenta decir “Perquè vull” en un francés pedregoso y, acompañand­o con disciplina y prudencia, deja que Soler deslumbre con uno de sus (muchos) solos memorables.

Desde entonces Soler no sólo no ha intentado alejarse de su vínculo artístico, ideológico y fraternal con Ovidi sino que lo ha cultivado con metafísica insistenci­a. La prueba: cuando recupera los versos dichos con rigor, su socio actual, el actor Joan Massotklei­ner, no sólo se acerca al tono del Ovidi sino también a una cadencia que revive a través de su reinterpre­tación. Y después, por supuesto, está el gusto por la autenticid­ad de una música sefardí, tan a menudo reducida a fósil de museo, y otros estímulos que no puedo definir con exactitud porque aún estoy bajo los efectos de las primeras impresione­s. Porque esta es otra caracterís­tica de los discos de Soler: el primer día parecen una cosa pero, a medida que los escuchas, van creciendo dentro de ti con una expansiva naturalida­d. El tópico afirma que Montllor no cantaba las canciones ni recitaba los versos sino que los decía. Pues Toti Soler también dice la música y nos hace una propuesta subversiva: si invertimos la calma y el mínimo esfuerzo que requiere escucharlo, apreciarem­os toda su complejida­d sin perder –y ahí está el milagro– la nitidez de cada detalle y la precisión de cada nota. No pasa tanto como afirman los políticos y los gurús de la autoayuda pero en este caso es verdad: sólo depende de nosotros hacerlo posible.

No hace falta ser muy intuitivo para adivinar que Ovidi Montllor se levantaría para aplaudir este disco

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