Bellísimo poema visual
Wonderstruck. El museo de las maravillas Dirección: Todd Haynes Intérpretes: Oakes Fegley, Millicent Simmonds, Julianne Moore, Michelle Williams Producción: : EE.UU., 2017. Duración: 116 minutos. Drama
El novelista e ilustrador Brian Selznick, especializado en literatura infantil y juvenil, lleva el cine, literalmente, en las venas: su abuelo era primo nada menos que del legendario David O. Selznick, el productor de Lo que el viento se llevó .Su amor por el séptimo arte se detectaba en cada página, cada dibujo de La invención de Hugo Cabret, novela gráfica que sedujo a Martin Scorsese, autor de su (magistral) adaptación al cine. También Todd Haynes ha puesto sus ojos en Selznick y en otra de sus creaciones, Wonderstruck, de la que, permaneciendo fiel a ella, ha extraído un bellísimo poema visual.
Wonderstruck. El museo de las maravillas relata dos cuentos que transcurren en paralelo pero en épocas tan distintas como su tratamiento formal: 1977 (colores y estética pertinentemente setenteros) y 1927 (blanco y negro con aromas de cine mudo e incluso un fragmento de película silente inspirado claramente en El viento, de Sjöström). En ambas historias, llamadas a encontrarse, un niño (1977) y una niña (1927), ambos sordos, abandonan sus hogares y viajan a Nueva York, concretamente al Museo de Historia Natural (lo reconocerán los fans de Ben Stiller), él intentando buscar a su padre desconocido, ella a su madre.
Haynes, que es un virtuoso, refinado y camaleónico estilista, manierista cuando conviene (sus extraordinarias Mildred Pierce para televisión, Lejos del cielo y Carol reformulaban la caligrafía de los melodramas clásicos de los años cuarenta y cincuenta), apuesta aquí por las rimas visuales, por los silencios y la música (una riquísima banda sonora de Carter Burwell, salpimentada con clásicos del pop como Space oddity, que oímos en versión de Bowie y en la de un coro escolar), reduciendo los diálogos al mínimo. El resultado es un viaje a la infancia desatendida tierno y rebosante de imágenes hermosas, mágicas. Algunos tal vez la tomen por un caramelo naif o la acusen de ejercicio de estilo enfáticamente arty. No es obra para todos los paladares, pero hay que aplaudir el riesgo, el coraje de Haynes, su canto de amor a la artesanía.