La invasión de los grafitis políticos
Los grafitis a favor y en contra de la independencia desbordan los servicios de limpieza
Primero alguien pintó un lazo amarillo, el símbolo que exige la libertad de los políticos presos. Luego otra persona rodeó el lazo con una franja roja para contrarrestar el mensaje y convertirlo en una consigna rojigualda a favor de España. A continuación una tercera persona lo emborronó todo. Suciedad sobre suciedad. Vandalismo sobre vandalismo. La escalada de atentados contra el paisaje urbano aún admite otra vuelta de tuerca: sobre la mancha pintada y repintada alguien ha dibujado de nuevo un lazo amarillo. Y vuelta a empezar.
La guerra de las pintadas que se ha desatado en Barcelona ha desbordado los servicios antigrafiti del Ayuntamiento. La ciudad había previsto destinar 12 millones de euros para la limpieza de pintadas y la retirada de carteles entre los años 2016 y 2019. Pero la licitación para el nuevo contrato se realizó el pasado agosto, sin prever que Catalunya –y muy en especial la capital catalana– viviría una época de consignas en las fachadas digna de la transición.
Algunas zonas ya limpiadas, como los pasos de peatones cercanos al Hospital Clínic o las jardineras de la plazoleta Ramon Torres, han vuelto a aparecer pintarrajeadas a los pocos días. Gerentes de distrito, como Francesc Jiménez, de Sants-Montjuïc, reconocen que la limpieza de grafitis políticos ha obligado a aparcar momentáneamente el borrado de otras pintadas, como las que se han adueñado de los Jardins de la Rambla de Sants, una obra que costó más de 22 millones de euros y que 16 meses después de su inauguración presenta un aspecto lamentable.
Edificios. Fuentes públicas y ornamentales. Farolas, papeleras y bancos. Vestíbulos de estaciones de metro y marquesinas de autobús... Nada se libra de la ira de los partidarios y detractores de la marea amarilla. Las últimas víctimas por ahora son cuatro delicadas y simbólicas esculturas en el tramo de la calle Aragó comprendido entre Bilbao y la Meridiana, es decir, la continuación natural de la rambla Guipúscoa, que aquí se llama rambla del Clot.
Las movilizaciones populares lograron que este rincón se embelleciera en 1991 con un monumento contra la guerra. Los vecinos querían una escultura de la paloma de la paz, pero no había presupuesto. Josep Anton Acebillo, uno de los responsables urbanísticos de Barcelona’92, recordó entonces que en 1989 el hospital de Sant Pau albergó una exposición sobre el pedagogo y escultor Ramón Acín (188-1936), fusilado al inicio de la Guerra Civil por sus ideas anarquistas. El artista se entregó a los golpistas para proteger a su mujer, la catalana Conxita Monrás, que estaba embarazada y que también fue asesinada días después. La pareja dejó huérfanas dos niñas de 11 y 13 años.
La muestra incluía una maqueta de Las pajaritas, que el artista instaló en 1929 en el parque Miguel Servet, de Huesca. Acebillo se enamoró de esta escultura casi tanto como Ramon Garcia-Bragado, gerente con Maragall y concejal con Hereu. Garcia-Bragado es, además, nieto de Ramón Acín. Él y Acebillo lograron que la Diputación de Huesca regalase a Barcelona una réplica del monumento. Otra fue encargada por la alcaldía al escultor Julio Luján.
Las réplicas adornan los dos extremos de la rambla, no como un homenaje a la papiroflexia, como muchos creen, sino como ejemplo de lucha contra la violencia. La copia que está junto a la Meridiana tiene en la base el primer artículo de la Declaración de los Derechos Humanos. Hace unas semanas, un vándalo violó su blancura original con una bandera española a brochazos. Otros incívicos pintaron luego de amarillo esta y la otra escultura. Como recalcan Las pajaritas, el preámbulo de la Declaración de los Derechos Humanos dice: “Hemos de comportarnos fraternalmente los unos con los otros”.
Los actos vandálicos de unos y otros ya no respetan ni delicadas obras de arte, como ‘Las pajaritas’ del Clot