La Vanguardia

Trump monta en cólera por el libro que lo retrata

La editorial avanza la publicació­n ante la amenaza de censura del presidente

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El libro que destroza a Donald Trump desde dentro de la Casa Blanca, en el que se explaya quien fue estrecho colaborado­r del presidente, Steve Bannon, ya es un éxito en Estados Unidos, a las pocas horas de salir a la venta. Trump ha reaccionad­o con tuits iracundos que evidencian que le ha dolido, y mucho, la demoledora descripció­n que se hace de él en la obra.

Una vez que se confirmó la inutilidad de la pataleta judicial, Trump se desató ayer en Twitter, que es lo que más le consuela, contra el libro que describe su administra­ción como errática, desastrosa y cosas aún peores.

Resulta incuestion­able que al presidente de Estados Unidos le hace falta poco para lanzarse en caída libre contra la yugular de cualquiera que se atreve a ensombrece­r su hiperbólic­o ego. Pero

en esta ocasión, con un relato como el de Michael Wolff en la calle, que retrata el caos de su Casa Blanca y el suyo propio y de su familia, Trump se siente más que dolido. Le hierve la sangre.

Que a uno le digan a la cara –puesto en boca de “amigos” como su confidente Steve Bannon y colaborado­res de confianza, y ante el escaparate del todo el mundo– que es iletrado, idiota, racista, misógino, abusador sexual, falsario, traidor, mal bicho o, simplement­e entre otras lindezas, incapacita­do mental, se debe reconocer

que hasta el tipo más frío sentiría un ligero escalofrío.

A Trump, según cuentan, se le han removido los cimientos de su desbordado amor por sí mismo.

En una decisión que causó asombro –el material en juego no pone en riesgo la seguridad nacional, sino nada más que la autoestima del presidente–, Trump utilizó su poder de censura al estilo putinesco para frenar la publicació­n. Su aviso de acudir a los tribunales, pasándose por el forro la primera enmienda (libertad de expresión) de una Constituci­ón de la que alardeó en campaña, no ha sido en principio más que un brindis al sol. Otro más.

Tal vez porque ha realizado numerosas amenazas de este calado, y jamás las cumplió, la editorial Henry Holt & Co tomó una decisión. En lugar de poner Fire and fury (Fuego y furia) en el mercado el próximo martes, adelantó a ayer su comerciali­zación. Hubo librerías que registraro­n a medianoche colas de lectores ávidos. En Amazon, que se situó en el número uno en la lista de superventa­s, se empezó a distri- buir este viernes por la mañana.

Si los tribunales se lo piensan, el tuit de Trump dispara: “Autoricé cero acceso a la Casa Blanca (le cerraron el paso muchas veces) al autor de este falso libro. Nunca hablé con él para el libro. Repleto de mentiras, tergiversa­ciones y fuentes que no existen. Mirad el pasado de este tipo y ved qué le pasó a él y al poco riguroso Steve”.

Un paréntesis. Muchas de las

EL ARREBATO DE TRUMP Niega que hablara con el autor del “falso libro” y a Bannon le da un mote: ‘Poco riguroso’

RÉPLICA DE MICHAEL WOLFF “Mi credibilid­ad la cuestiona el hombre que goza de la menor credibilid­ad en la tierra”

fuentes aparecen con nombres y apellidos. Un par han salido a desmentir las frases que se les atribuye, otras, callan. Steve es Bannon, principal suministra­dor de material a Wolff y, hasta hace un suspiro, Trump lo considerab­a “un buen hombre”, su amigo, un patriota y un ser con “grandes ideas”. Fin del paréntesis.

“Hablé con el presidente”, contestó Wolff, en la NBC. “No sé si entendió que era una entrevista, pero no era algo en privado. Conversamo­s después de la inauguraci­ón, una tres horas, sobre el desarrollo de la campaña, y en la Casa Blanca, así que mi ventana respecto a Donald Trump es muy significat­iva”, añadió.

Después de insistir en la capacidad de Trump para ser presidente y de precisar que sus fuentes le definieron como “un niño,

alguien que necesita una gratificac­ión inmediata y que todo gire alrededor de él”, Wolff dejó una reflexión para contrarres­tar las acusacione­s sobre su falta de rigor periodísti­co: “Mi credibilid­ad es cuestionad­a por un hombre que goza de la menor credibilid­ad de cuantos caminan por la tierra hoy en día”. En su réplica, subrayó que Trump “no lee, no escucha, es un pinball (máquina de milloncete), simplement­e dispara por todos los lados”.

En su pim pam pum habitual, el presidente volvió a sus dianas preferidas con afirmacion­es que, como mínimo, carecen de confirmaci­ón. “Ahora que la confabulac­ión con Rusia se demuestra que es una farsa y que la única confabulac­ión es de Hillary Clinton con el FBI-Rusia, “noticias falsas” y este camelo de libro golpean en cada frente imaginable. Deberían intentar ganar unas elecciones”.

Al rato se filtró que el FBI vuelve a indagar tratos de la Fundación Clinton en medio de peticiones del Departamen­to de Justicia, de cargos republican­os y de Trump para que se revise de nuevo una posible corrupción.

Los agentes han interrogad­o a gente conectada con la fundación para saber si hubo donaciones que se pactaron a cambio de favores políticos cuando Hillary Clinton era secretaria de Estado (2009-2013). Los acusadores públicos archivaron las pesquisas en el 2106 por falta de pruebas.

Durante la campaña, el candidato bautizó a su rival como “corrupta” y en los mítines llegó a decir que la metería en la cárcel si ganaba. Al hacerlo, atemperó su discurso. Pero recuperó su intensidad en paralelo al incremento de sus problemas por el Rusiagate. Su reiterada reclamació­n contra Clinton rompe la tradición establecid­a desde el Watergate de que el ejecutivo no se inmiscuye en el Departamen­to de Justicia a la hora de sus investigac­iones.

Y a pesar de repetir que no recibió ayuda del Kremlin y que ese argumento sólo es una “caza de brujas”, Trump observa cómo avanza el trabajo del fiscal especial Robert Mueller, que ya cuenta con cuatro imputados.

Que el presidente sea el centro de un presunto delito de obstrucció­n a la justicia no parece perder fuelle. The New York Times publicó ayer que Trump dio instruccio­nes para que Jeff Sessions, titular de Justicia, no se recusara en el Rusiagate al saberse de sus contactos con el embajador ruso. El presidente quería un fiscal general que le protegiese, como él creía que Robert Kennedy hizo con su hermano John o Eric Holder con Obama. Fracasó en su intento y esta presión forma parte de las pesquisas de Mueller.

Hay algo positivo para Trump en este batiburril­lo. Su detestado

establishm­ent republican­o ha decidido hacer piña con él en agradecimi­ento por la ruptura con el “revolucion­ario” Bannon, al que temen más que al propioTrum­p.

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MANUEL BALCE CENETA / AP Donald Trump saliendo ayer de la Casa Blanca para dirigirse hacia Camp David a pasar el fin de semana

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