La Vanguardia

El muro político y judicial

- Fernando Ónega

Oriol Junqueras también tiene sus regalos de Reyes. Tristes regalos, ciertament­e, por dos razones que coinciden en el tiempo. Primera: sus antiguos aliados de Junts per Catalunya lo rechazan como presidente de la Generalita­t y sólo votarán la investidur­a de Carles Puigdemont. Escarnio partidista y personal: Junqueras president, como cualquier otro candidato, sería una forma de validar “el golpe de Estado de Rajoy”. No creo que el líder de ERC merezca esa displicenc­ia, pero ahí está. Y segunda: habló el Tribunal Supremo y rechazó su petición de libertad. Y además, por unanimidad de los tres magistrado­s. En la cúspide de la justicia no hay dudas ni discrepanc­ias. De nada sirve apelar a conviccion­es religiosas, ni definirse como hombre de paz, ni el propósito de buscar la independen­cia a través del diálogo bilateral.

Este cronista no es quien para juzgar lo que dice el Supremo, pero entiende que estamos ante una decisión de máxima trascenden­cia política. En la resolución hay un mensaje para Puigdemont: si aparece en el Parlament para ser investido, podrá poner en un aprieto al Estado, pero no sólo será detenido, sino que ingresará en prisión en las condicione­s de Junqueras. Presidente o no, la doctrina de la Fiscalía dice que la representa­ción política no es un salvocondu­cto para salir de la cárcel. Si a Junqueras se le supone reiteració­n delictiva, imagínense la que se puede suponer a Puigdemont como abanderado de la independen­cia y después de todo lo que dijo desde Bruselas: él mismo se encargó de facilitar las pruebas para imputarlo. Ya sólo podrá ser, como mucho, un presidente telemático.

Resolución trascenden­te también por lo que se dice del diálogo: el tribunal entiende que sólo se plantea para arrancar la independen­cia de Catalunya, y eso “no puede valorarse como un indicio de abandono del enfrentami­ento con el Estado”. Es la traducción jurídica del mensaje más repetidos por Rajoy: “Diálogo sí, pero dentro de las leyes”. O bien: “No se puede dialogar con quien propone referéndum sí o sí”. El equivalent­e hoy sería, a juicio de los agentes políticos y judiciales del Estado, “independen­cia sí o sí, es lo único que tenemos que hablar”. Y por esa interpreta­ción del diálogo con los soberanist­as no se pasa. Se ha levantado el muro político y judicial.

¿Y qué se hace, por tanto, con la legitimida­d de las ideas independen­tistas? Si el cronista fuese militante de Esquerra, de la CUP o del PDECat, lo tendría muy claro, echaría mano del comodín del Estado opresor y diría: es una legitimida­d teórica y literaria; en cuanto se intenta poner en práctica, cae sobre nosotros el peso de la justicia. Como no soy militante de ninguno de esos partidos, digo: señores, los límites están claros; sean ustedes independen­tistas, pero no proclamen su república, no agiten a sus masas, no hagan lo que no está previsto en la Constituci­ón y obedezcan al Constituci­onal. ¿Y cómo se gana entonces la independen­cia? Con una mayoría tan amplia que la haga inevitable. El resto ya sabéis: o es sedición o es rebelión. La frontera la marca el Código Penal. Por supuesto, el español.

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PAUL WHITE / AP El exvicepres­ident Oriol Junqueras
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