La Vanguardia

Yo, yo, yo y siempre yo

- Quim Monzó

Una tarde, hace años, fui a casa de un conocido de Sant Cugat del Vallès. Hacía poco que había cambiado de piso y estaba muy contento del que se había comprado, que finalmente satisfacía sus sueños.

–Es el que había querido toda mi vida. Como estaba tan satisfecho, me lo enseñó habitación por habitación. La gran sala de estar que daba paso al comedor, sin separación entre una pieza y otra, la cocina, los dormitorio­s... Era realmente un piso espléndido. Me enseñó la habitación que su mujer usaba como estudio, y la que él utilizaba para escribir. Esta me impresionó sobremaner­a. A la derecha de la mesa, contra una pared, una cómoda sobre la cual había un despliegue de fotos enmarcadas. En todas aparecía él: él con el político tal, él con el escritor cual, él de joven (vestido de recluta), él con tal actor, él en una fiesta de celebració­n de ve a saber qué, él con el alcalde de Barcelona, él con el rey de España, él en Londres, delante del Big Ben... En la pared había otras fotos. Todas con él como protagonis­ta. No había ningún cuadro ni cartel donde no apareciera. Ni uno. Más que su despacho, en aquella habitación

No es broma: la gente obsesionad­a en hacerse ‘selfies’ sufre un trastorno mental llamado ‘selfitis’

se había montado un sagrario, con la cómoda convertida en un altar a mayor gloria suya.

Ahora los psicólogos han determinad­o que la gente obsesionad­a en hacerse selfies sufre un trastorno mental llamado selfitis. El término apareció medio en broma el año 2014, en una revista, pero hasta ahora no se había concluido que de broma no tiene nada; se trata de una adicción. Se añade, pues, a otro desorden provocado por la tecnología, la nomofobia, el pánico a no tener un móvil al alcance. Las asociacion­es psiquiátri­cas concluyen que los que sufren selfitis

buscan captar la atención y ser reconocido­s socialment­e. El altar que vi en casa de mi conocido encaja perfectame­nte en esta patología. Lo que él tenía sobre la cómoda eran fotos tomadas por alguna otra persona, o por él mismo tras programar la cámara, para que hiciese la foto pocos segundos después, y correr a ponerse enfrente, al lado de la persona famosa, pero de hecho todas eran selfies,

fuera él quien hubiera apretado el botoncito o no.

Esa exacerbaci­ón narcisista ha llegado a un nuevo nivel estos días. La cafetería The Tea Terrace de Londres ofrece a sus clientes la posibilida­d de hacerse una selfie y enviarla a la barra por medio de una app. Con una especie de impresora acoplada a la cafetera, la imagen queda reproducid­a en la espuma del cappuccino y, cuando te lo sirven, lo fotografía­s y, antes de tomártelo, lo cuelgas en tus redes sociales: “Mira, ¡un café con mi cara!”. Lo llaman selfieccin­o y cuesta seis euros y medio. El amo de la cafetería explica que hoy día no basta ofrecer una buena comida y un buen servicio, sino que se debe hacerse de forma que los clientes lo suban a Instagram. Estoy convencido de que, a estas alturas, mi conocido de Sant Cugat ya debe tener una cafetera de esas en casa para, cada mañana, a la hora del desayuno, contemplar­se también en la espuma del café.

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