Truculencias
El resurgimiento de la truculencia tras la detención del presunto asesino de Diana Quer ha reactivado una metodología que no es muy distinta a la que se aplica a otros ámbitos de la actualidad. Los operativos y métodos de aproximación a la realidad sirven igual para perseguir a familiares hechos polvo o a vecinos con afán de protagonismo que para informar de la declaración de Oriol Junqueras en el Tribunal Supremo o de una matanza entre clanes. Los programas matinales de Telecinco, Antena 3 y, a otro nivel, TVE compiten en una frecuencia que les obliga a innovar hacia la temeridad y la invasión sensacionalista de fronteras teóricamente sagradas. Los matices radican en la capacidad de sus especialistas para gestionar el énfasis corporativo. Los de Antena 3 tienen más experiencia pero la escenificación se repite: muchas conexiones, la mayoría insustanciales, que transmiten la sensación de gravedad y adrenalina, sesudos expertos que actúan como coartada divulgativa, comentaristas que no dudan en afirmar que hablan “desde la más absoluta ignorancia” y los viejos y repulsivos hábitos de la cámara oculta para perseguir a un pariente o las patéticas entrevistas de interfono como fuente bien informada. La máxima periodística de “los hechos sagrados y las opiniones libres” degenera en especulaciones que, con un magnetismo diabólico, siempre buscan que el espectáculo se desvíe más hacia una fascinación por el presunto asesino en vez de proteger los derechos de la víctima y, sobre todo, de los espectadores.
La tradición navideña de estrenar una nueva temporada de Black mirror se ha cumplido. Seis capítulos y la misma obsesión por avanzarse a los estragos del progreso tecnológico. Hace poco, la productora de la serie afirmaba que no buscaban prever el futuro pero que a veces el azar convertía en realidad lo que originariamente sólo era ficción. Para no desgastar el adjetivo desigual, que sirve para definirlo casi todo, conviene contentarse con el nivel de dos o tres de los seis capítulos y, teniendo en cuenta que son conceptual y formalmente independientes, entender que la media de aciertos es alta. Después, cada uno interioriza con mayor o menor contundencia la evidencia apocalíptica de los mensajes o la truculencia especulativa de cada historia. Personalmente, me han impactado el capítulos sobre la sobreprotección de los hijos y lo que convierte en un thriller nórdico profundamente oscuro la posibilidad de que las compañías de seguros puedan acceder a nuestra memoria para certificar las circunstancias de los accidentes. Como en otras temporadas, el cierre de las intrigas no siempre está a la altura de la sustancia filosófica de la propuesta pero siempre nos deja la sensación –y lo digo más como un mérito que como un defecto– que el año que empieza es más tenebroso y alarmante desde el punto de vista de los excesos tecnológicos que el anterior. Para compensar, celebro el estreno de la serie McMafia, inglesa y de factura clásica, sobre la ética del capitalismo encarnada en un contexto de familias rusas mafiosas y con un espíritu que, salvando las distancias, recuerda la sobresaliente El infiltrado.
La productora de la serie ‘Black mirror’ afirmaba que ellos no buscaban prever el futuro