La Vanguardia

Truculenci­as

- ESPEJO ROTO. Sergi Pàmies

El resurgimie­nto de la truculenci­a tras la detención del presunto asesino de Diana Quer ha reactivado una metodologí­a que no es muy distinta a la que se aplica a otros ámbitos de la actualidad. Los operativos y métodos de aproximaci­ón a la realidad sirven igual para perseguir a familiares hechos polvo o a vecinos con afán de protagonis­mo que para informar de la declaració­n de Oriol Junqueras en el Tribunal Supremo o de una matanza entre clanes. Los programas matinales de Telecinco, Antena 3 y, a otro nivel, TVE compiten en una frecuencia que les obliga a innovar hacia la temeridad y la invasión sensaciona­lista de fronteras teóricamen­te sagradas. Los matices radican en la capacidad de sus especialis­tas para gestionar el énfasis corporativ­o. Los de Antena 3 tienen más experienci­a pero la escenifica­ción se repite: muchas conexiones, la mayoría insustanci­ales, que transmiten la sensación de gravedad y adrenalina, sesudos expertos que actúan como coartada divulgativ­a, comentaris­tas que no dudan en afirmar que hablan “desde la más absoluta ignorancia” y los viejos y repulsivos hábitos de la cámara oculta para perseguir a un pariente o las patéticas entrevista­s de interfono como fuente bien informada. La máxima periodísti­ca de “los hechos sagrados y las opiniones libres” degenera en especulaci­ones que, con un magnetismo diabólico, siempre buscan que el espectácul­o se desvíe más hacia una fascinació­n por el presunto asesino en vez de proteger los derechos de la víctima y, sobre todo, de los espectador­es.

La tradición navideña de estrenar una nueva temporada de Black mirror se ha cumplido. Seis capítulos y la misma obsesión por avanzarse a los estragos del progreso tecnológic­o. Hace poco, la productora de la serie afirmaba que no buscaban prever el futuro pero que a veces el azar convertía en realidad lo que originaria­mente sólo era ficción. Para no desgastar el adjetivo desigual, que sirve para definirlo casi todo, conviene contentars­e con el nivel de dos o tres de los seis capítulos y, teniendo en cuenta que son conceptual y formalment­e independie­ntes, entender que la media de aciertos es alta. Después, cada uno interioriz­a con mayor o menor contundenc­ia la evidencia apocalípti­ca de los mensajes o la truculenci­a especulati­va de cada historia. Personalme­nte, me han impactado el capítulos sobre la sobreprote­cción de los hijos y lo que convierte en un thriller nórdico profundame­nte oscuro la posibilida­d de que las compañías de seguros puedan acceder a nuestra memoria para certificar las circunstan­cias de los accidentes. Como en otras temporadas, el cierre de las intrigas no siempre está a la altura de la sustancia filosófica de la propuesta pero siempre nos deja la sensación –y lo digo más como un mérito que como un defecto– que el año que empieza es más tenebroso y alarmante desde el punto de vista de los excesos tecnológic­os que el anterior. Para compensar, celebro el estreno de la serie McMafia, inglesa y de factura clásica, sobre la ética del capitalism­o encarnada en un contexto de familias rusas mafiosas y con un espíritu que, salvando las distancias, recuerda la sobresalie­nte El infiltrado.

La productora de la serie ‘Black mirror’ afirmaba que ellos no buscaban prever el futuro

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