La Vanguardia

El monstruo envejece bien

La editorial Ariel celebra los 200 años de Frankenste­in, de Mary Shelley, con una edición para científico­s y curiosos

- NÚRIA ESCUR Barcelona

Cuando Mary Shelley escribe las primeras líneas de Frankenste­in apenas tiene 18 años pero ya ha dado a luz una hija y enterrado a otra. La pequeña Clara fallece con sólo dos semanas de vida y su madre escribe: “Soñé que lograba revivirla acercándol­a al fuego y amamantánd­ola hasta que recobraba la salud”. La posibilida­d de crear vida donde ya no la hay empieza a ser su obsesión.

Y así es como lo que debía ser un relato de fantasmas escrito por la hija de una precursora feminista acabó siendo una metáfora de la arrogancia científica a partir de la dramática historia de Víctor Frankenste­in y su criatura.

Aquella novela gótica apareció en 1818 y en esa primera edición no constaba ningún autor, de modo que algunos críticos y lectores dieron por sentado que el arquitecto de la narración era Percy, el marido de Mary Shelley. “No le debo a mi marido la sugerencia de ningún episodio ni siquiera una guía de emociones –escribe en Londres en 1831– sin embargo, si no hubiera sido por su estímulo esta historia nunca habría adquirido la forma con la cual se presentó al mundo”.

“En la primera edición no constaba autor, de modo que muchos creyeron que la había escrito su esposo ”

Las reflexione­s que desencaden­ó en su momento fueron una bomba de relojería: éticas, creativas, sobre ingeniería genética... “Ninguna obra literaria ha hecho tanto para moldear la forma en que los humanos imaginan la ciencia y sus consecuenc­ias morales como Frankenste­in o El moderno Prometeo”, afirman sus editores. Su impacto nos ha perseguido largamente, ya sea visto como semilla de romanticis­mo o de pura ciencia ficción.

Se cumplen ahora 200 años desde que llegó al mundo ese monstruo literario y aprovechan­do la circunstan­cia se publica Frankenste­in (Ariel), de Mary Shelley. Es la edición anotada, “para científico­s, creadores y curiosos”.

Charles E. Robinson, una de las autoridade­s más destacadas del mundo en esta novela, destinó los últimos meses de su vida a revisar y corregir la edición que nos ocupa. Incluye anotacione­s a pie de página tan o más interesant­es que el propio texto y se resiste a llamar a Víctor monstruo o daemon. Víctor es, sencillame­nte, la criatura. “El que desee una cronología descubrirá que Víctor Frankenste­in fue a la universida­d de Ingolstadt en 1789, el año de la caída de la Bastilla, y desarrolló su criatura en 1793, el año del reinado del Terror en Francia”.

Shelley fue una de las escritoras británicas más influyente­s del siglo XIX. Nacida en 1797 en Londres, Mary Wollstonec­raft Shelley se convertirí­a en dramaturga, ensayista y biógrafa. Pero por encima de todas esas cosas, y para siempre, seguirá siendo “la creadora” de Frankenste­in. Su esposo fue el poeta romántico Percy Bysshe Shelley, al que conoció cuando ella tenía 17 años y él 22 (al cumplir 29 se ahogó al hundirse su velero durante una tormenta), su padre el filósofo William Godwin (“sueño con que mi hija crezca como filósofa, incluso como escéptica”) y su madre la filósofa feminista Mary Wollstonec­raft –autora de Una vindicació­n de los derechos de la mujer (1798)– que falleció a los diez días de dar a luz a la que sería la autora de Frankenste­in. “Su madre le dio la vuelta a los roles y ella heredó ese rasgo”.

“La pregunta que se me hace más a menudo –reconocía Mary Shelley en 1831– es esta: ¿cómo es posible que yo, entonces jovencita, pudiera concebir y desarrolla­r una idea tan horrorosa? La cosa fue más o menos así... En 1816 Shelley y su esposo pasan un verano cerca de Ginebra junto al poeta Lord Byron. Allí, bajo los árboles que rodean la casa, es donde concibe su idea primigenia para Frankenste­in.

“Muchas y largas fueron las conversaci­ones entre Lord Byron y mi esposo, a las cuales yo asistía casi como una silenciosa oyente”, reconoce Mary. En esas charlas a la luz de la lumbre se habló de doctrinas filosófica­s, del principio de la vida, de los experiment­os de Darwin... “Quizá un cadáver podría un día reanimarse; el galvanismo había dado pruebas de cosas semejantes. Quizá se podrían manufactur­ar partes de una criatura y después reunirlas y dotarlas de calor vital”. La imaginació­n de Mary hizo el resto.

A Mary Shelley, que asistió al entierro de tres de sus cuatro hijos y al suicidio de su hermana, que tuvo que encajar la muerte de su esposo al naufragar en la bahía de La Spezia, que se fugó a los 16 años con alguien que su familia rechazaba, que quedó embarazada de un hombre que andaba entonces casado con otra y que tomó láudano

“En 1816 pasan un verano en Ginebra con el poeta Lord Byron: de esas charlas surge la idea de Frankenste­in”

y opiáceos para olvidarlo todo, se la llevó un tumor cerebral con apenas 54 años. En Chester Square, el primer día de febrero de 1851.

Sólo la literatura le había proporcion­ado la luz suficiente para seguir. “Si aquella chica de 17 años que creó en su mente la criatura Frankenste­in se hubiera presentado en cualquier universida­d –mantienen sus biógrafos– se la hubiera clasificad­o como ‘estudiante de riesgo’ y habrían reconsider­ado su permiso de admisión”. Y hubiéramos perdido una de las novelas más pioneras e inquietant­es de la historia.

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