La Vanguardia

La naturalida­d del artificio

- David Carabén

Estos días he aprovechad­o las vacaciones de los chiquillos para visitar a la familia de mi hermano. Viven cerca de Zurich, en Suiza. Y como entre sus hijos y los míos, suman cinco primos enfermos de fútbol, tuvo la buena ocurrencia de hacer una visita al FIFA World Football Museum. La FIFA no es exactament­e una de las institucio­nes que genere más entusiasmo entre los amantes de este deporte. Pero dispone de todos los argumentos y de recursos más que suficiente­s como para llenar cuatro plantas en el centro de la ciudad con objetos, fotos e instalacio­nes que seducirán tanto a los nostálgico­s como a los aficionado­s más jóvenes. Sólo entrar, hay un expositor semicircul­ar inmenso, como un arco iris que en vez de franjas de colores despliega una escala cromática con las camisetas de las 209 federacion­es de fútbol que forman parte de la FIFA. Este extraordin­ario agente de la globalizac­ión que ha sido la FIFA, a lo largo del siglo XX, puede presumir de contar con más federacion­es que con Estados cuenta Naciones Unidas. Pero lo que primero llama la atención de un catalán que tiene perfectame­nte asumido que no se verá simbólicam­ente representa­do, es precisamen­te cómo de caprichoso­s son los símbolos y las banderas. Asociamos el amarillo de la canarinha al talento natural brasileño y el blanquineg­ro prusiano de Alemania a la disciplina. Pero antes de 1954, el año que García Schlee cumplió los 19 de edad y ganó el concurso para diseñar el uniforme, la selección brasileña vestía de blanco.

Todavía peor, salta rápidament­e a la vista cómo, a pesar del aparente artificio de los emblemas, con la absurda aspiración de encarnar el espíritu de los

Asociamos el amarillo de la ‘canarinha’ al talento brasileño y el blanquineg­ro prusiano de Alemania a la disciplina

estados que representa­n, estos equipos y su éxito o fracaso en los Mundiales intervinie­ron decisivame­nte en el destino inmediato de sus países. Es casi indiscutib­le que los triunfos de la selección alemana contribuye­ron mucho en la recuperaci­ón moral del país y de su prestigio a escala internacio­nal tras la II Guerra Mundial. También lo es que el crecimient­o de la economía brasileña, con todos sus altibajos, ha coincidido en el tiempo con los estallidos de gozo que les ofrecía la selección nacional.

A pesar de saber que el argumento es falaz, me costaría rebatir a alguien que defendiera que la victoria de España en el Mundial de Sudáfrica no dio alas al furibundo nacionalis­mo español de Ciudadanos y del PP. O quitarle razón a algún otro que dijera que, sin el brillo de los últimos 15 años del Barça, los soberanist­as dispondría­mos de menos argumentos para creer en nosotros mismos. Es estúpido, ridículo, irracional. Según cómo, terrible. Es un juego, pero nos lo acabamos creyendo. Y mirarse en este espejo, por equívoca y distorsion­ada que convierta la imagen, funciona.

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