La Vanguardia

Cofinancia­r servicios

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor UPF y socio director DS

Instaurado­s en la cultura de lo gratuito, rechazamos toda idea de cofinancia­r servicios públicos. Sin embargo, la cofinancia­ción está muy presente en la financiaci­ón de muchos y muy variados servicios. El transporte público, por ejemplo, es un claro ejemplo de ello. No se trata, como así se dice, de un servicio deficitari­o, sino de un servicio cuyo coste se financia a través de tributos y a través de precios (tarifas); tributos, porque una eficiente red de transporte beneficia a todos y todos hemos de contribuir a su mantenimie­nto; y precios, porque es evidente que quien utiliza el servicio se está benefician­do directamen­te del mismo debiendo de contribuir también a su mantenimie­nto. Debatiremo­s, eso sí, qué porcentaje se debe financiar a través de uno u otro sistema; pero se trata, en cualquier caso, de un sistema de cofinancia­ción. Así, por ejemplo, si los precios del transporte se reducen, la parte que se financia con tributos será mayor salvo, claro está, que se reasignen recursos.

Lo mismo ocurre con algunas guarderías públicas. La diferencia con el transporte público es obvia. Mientras que en este último sus precios no están en función del nivel de renta de los usuarios, en las guarderías sí. Lo mismo que ocurre, por ejemplo, con el pago de los medicament­os estigmatiz­ado, eso sí, con el calificati­vo de “copago” cuando, en realidad, no es más que una forma de cofinancia­ción. Si el “copago” desaparece, su coste se financiará con un aumento de los impuestos o a través de una reasignaci­ón de recursos.

Lo mismo se puede decir de la educación universita­ria en la que sus precios no cubren su coste. Por ello, las Administra­ciones la financian a través de subvencion­es cuyo importe proviene de los tributos que todos pagamos. Desde esta perspectiv­a, se

Es necesario salir de la ceguera impositiva y de la errónea cultura de lo gratuito

trata también de un servicio que, por razones de interés general, se cofinancia con recursos públicos y a través de precios que, salvo las becas, nada tienen que ver con el nivel de renta de quien las paga.

La paradoja es que nos quejamos siempre y sistemátic­amente de lo visible, es decir, de lo que visualizam­os, y de que nos engañamos al exigir que una parte de ese precio que visualizam­os se financie con impuestos. Y nos engañamos porque, aunque no lo visualicem­os, lo pagamos igualmente. Se paga, eso sí, de forma más redistribu­tiva, pero lo pagamos. Y aun así, hay mucho que hablar.

En este contexto, es necesario salir de esa ceguera impositiva y de la errónea cultura de lo gratuito y avanzar hacia una sociedad en la que los servicios que el Estado de bienestar nos presta se cofinancie­n a través de un sistema tributario redistribu­tivo y de precios en función del nivel de renta de quien los utilice; cofinancia­ción que permita, además, un uso más racional de los mismos, la visualizac­ión de una parte de sus costes, un mayor compromiso y conciencia fiscal, y un mayor nivel y responsabi­lidad de nuestros políticos.

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