‘HAPPY END’
Los propietarios del edificio de Lincoln Plaza, residencia de Bogart y tantos personajes de leyenda, culpan del cierre a unos daños estructurales. Una vez reparados, prometen reabrir. Habrá que indagar en la condición humana, pero los espectadores reunidos aquí muestran la incredulidad crónica del Marlowe bogartiano.
Nueva York tiene esa dureza de carácter que, aunque sienta dolor y nostalgia por su destino, no se casa con nadie. Se hace y se rehace.
A finales del 2017 echó la persiana otro local de carácter. El Grassroots Tavern, un bar de barrio, un dive como aquí se conocen, cerró después de 42 años en el East Village, en St. Marks Street. En una de sus últimas noches, un cliente y una camarera brindaron con sus chupitos de bourbon. “No te preocupes, encontrarás algo”, le dice él a ella.
La escena ocurre al lado de Idoya, colega y amiga. Aunque no frecuentaba mucho este garito –ambiente denso, decoración desgastada por el uso– lamenta su extinción. “Hay cosas que están y me gusta que estén. Sé que hay que apoyarlas para que sigan vivas”.
Otra vez en el Lincoln Plaza y tras ver Wonder Wheel , lo último de Allen, Carole Soskin reconoce que Netflix y compañía tampoco ayudan. “El otro día, pese al descuento de sénior, pagué 18 dólares por ver una película. Sale más barato el streaming en casa”.
En una sala proyectan Happy end, final feliz. Al comentarle que tal vez la propiedad cambiará de criterio, el cinéfilo Larry replica: “¿Qué te has fumado hoy?”