CORAZONES DESBOCADOS
En 1955, el gélido ecosistema de la Corte real británica amenazó con fundirse sin que el cambio climático hubiese llegado todavía al canal de la Mancha. Bajo la capa de impasibilidad característica de los Windsor latía el corazón desbocado de una de sus integrantes más jóvenes, la princesa Margarita, en un episodio que hoy ha recuperado popularidad merced a la serie The crown. El 31 de octubre, la BBC interrumpió su programación para que un locutor leyese un comunicado de palacio. En él, la hermana pequeña de Isabel anunciaba su renuncia al proyecto de casarse con el capitán Peter Townsend, un aviador héroe de la RAF al que había conocido cuando él ejercía como hombre de confianza de su padre, el rey Jorge VI. La prensa avistó el romance por un pequeño gesto de ella durante la coronación de Isabel, quitando una mota de polvo de la chaqueta del capitán. Fue suficiente para que prendiera la mecha. Y el problema es que él estaba divorciado. La cúpula de la Iglesia anglicana no veía con buenos ojos un enlace tal. No era en realidad un problema legal, porque la princesa ya había renunciado a los derechos que le correspondían en la línea sucesoria y eso le daba algunas libertades, como la de casarse con un separado. Era más bien una cuestión de ejemplaridad. Y en aquella época, muy anterior a la de lady Di, of
course, la presión ambiental del entorno podía más que la pasión juvenil de aquella chica que sólo tenía 25 años cuando se vio obligada a elegir.
Inglaterra no es lugar fácil para que el corazón se te desboque, seas princesa o plebeya. Aquel año Vladimir Nabokov había publicado en Estados Unidos su Lolita, que desafiaba la glaciación de las pasiones, y el Departamento de Interior británico dio órdenes a sus agentes de aduanas de que embargaran todos los ejemplares que llegaran. Porque si Graham Greene había dicho que Lolita era uno de los mejores libros de 1955, las mentes biempensantes de la crítica sajona contestaron, desde el sensacionalista
Sunday Express, con opiniones encendidas como “es el libro más sucio que he leído nunca” y “pura pornografía desenfrenada”. Con tal derroche de calificativos, no es extraño que en otras latitudes más calenturientas la primera edición de 5.000 ejemplares se agotara de inmediato.
Pero los ingleses son flemáticos. Alec Guinness, uno de los actores que mejor ha reflejado ese espíritu contenido que hacía de los británicos los espías ideales, no pudo sino sorprenderse de la forma de vida que veía en Hollywood cuando fue llamado, a rodar en los estudios californianos. Una noche del 23 de septiembre topó con James Dean en la puerta de un restaurante y acabó cenando con él, no sin que antes el alocado actor le enseñase su nuevo deportivo. Guinness le advirtió que aquel bólido le llevaría a la muerte. Lógicamente James Dean, pura sangre caliente, no le hizo caso. Él actuaba –y vivía– guiado por otros principios. No en vano su máxima era: “Sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy”. Su corazón desbocado cumplió el lema a rajatabla.