El franquismo después de Carmen
Con todo lo que fue en vida, en vida de su padre, claro, su muerte ha pasado sin pena, ni gloria. Carmen Franco Polo murió el 29 de diciembre a los 91 años y el hecho físico de su desaparición no ha merecido ni una triste metáfora sobre el entierro del franquismo. Quizá porque Carmen
Franco llevaba muerta varias décadas al menos socialmente, si tenemos en cuenta que solo los mayores de 60 años convivieron con su época gloriosa. Desde 1975, la hija de
Francisco Franco dejó de ser permanente presencia en revistas de sociedad para pasar, y de forma esporádica a los diarios de información general: en los ochenta dieron cuenta de su intentó sacar de España unas monedas conmemorativas y más recientemente explicaron su rechazo frontal a que el pazo de Meirás, uno de los muchos bienes que los adeptos al régimen regalaron a su padre, se abriera al público.
Carmen Franco, con la muerte ya a las puertas de su casa, confesó que no quería ser juzgada ni por lo que hicieron sus padres, su marido o sus hijos, sino por ella misma. Su retrato, sin referencias a sus familiares, sería entonces el de una marquesa muy de derechas, rentista, amante del bridge, de las meriendas en Embassy y de sus escapadas a Miami, una especie en extinción que se mueve en su hábitat natural del barrio de Salamanca de Madrid. Su herencia millonaria, en bienes inmuebles y joyas principalmente que sus padres, y ella misma, recibieron de los muchos estómagos agradecidos del franquismo, pasará a sus hijos. Si estos quisieran tener algún gesto honroso deberían devolver el pazo de Meirás a los gallegos y con eso quizá sí enterrarían su pasado franquista. Carmen Franco también deja en herencia el título de duquesa de Franco, que el rey
Juan Carlos le concedió el 26 de noviembre de 1975 y que tiene la particularidad de estar exento del pago de impuestos en la primera transmisión. Según la actual legislación, Carmen Martínez-Bordiu, como primogénita, será la nueva duquesa, a menos que voluntariamente ceda el título a su hermano
Francisco Franco. En litigio también está el marquesado de Villaverde, que en vida ostentó Cristóbal Martínez-Bordiu, el marido de Carmen Franco, y el señorío de Meirás, que el rey Juan Carlos concedió a Carmen Polo. Títulos todos de los que difícilmente se puede presumir. De hecho, resulta curioso que en el entierro de Carmen Franco, solo sus hijos Jaime y Carmen dieran la cara; el resto, entre ellos aquella Merry que estuvo casada con Jimmy Jiménez-Arnau, utilizaron la puerta trasera para seguir viviendo en el anonimato. Isabel Preysler, que le debe a Carmen
Martínez-Bordiu su entrada en sociedad recién llegada de Filipinas, demostró lo bien que lleva el luto, mientras Antonio Tejero, el golpista del 23-F, recordó a todos que hay franquismo más allá de Franco.
La hija de Franco murió sin pena, ni gloria. Sus hijos la enterraron casi en secreto, como si quisieran pasar página