Silencio ejemplar
SE cuenta que, al poco de abdicar, viendo como el contencioso catalán subía como la espuma, Juan Carlos de Borbón comentó a un amigo que lo que habría que hacer era encerrar con llave a Mariano Rajoy y Artur Mas en un despacho y no dejarles salir hasta que hubieran alcanzado un acuerdo. El comentario, hecho con cierta melancolía, ponía de manifiesto la preocupación del rey emérito por la situación catalana y la falta de perspectivas para solucionarlo. Don Juan Carlos siempre pensó que el gran problema de España era el encaje de Catalunya: su primer viaje oficial como monarca fue precisamente a Barcelona, y en su discurso en el Tinell pidió la colaboración de Baltasar Porcel. Quería que sus palabras sonaran diferente, que su mensaje resultara cercano y ser percibido como sensible a las preocupaciones de los catalanes. Ello le enemistó definitivamente con Carlos Arias Navarro, entonces presidente del gobierno, quien le criticó que usara el catalán y que resultara tan condescendiente.
Han pasado tres años y medio desde que abdicó –seguramente fue su último servicio a la Corona a fin de salvarla– y su silencio ha sido ejemplar. No ha querido interferir en la vida política ni en la dinámica de la Zarzuela. Nadie le podrá comparar con un jarrón chino, que molesta más que adorna. Ha hecho una vida tranquila, y las pocas noticias que se tienen son de sus regatas en una pequeña embarcación en Sanxenxo. Ayer, Juan Carlos de Borbón participó en la Pascua militar. Fue su regreso a los actos de Estado por deseo expreso del actual monarca, con ocasión de su 80.º aniversario. Más allá de otras consideraciones, Juan Carlos I fue un rey que impulsó consensos, que facilitó la reconciliación y que contribuyó a la construcción de una España democrática, moderna y próspera. Ayer recibió un homenaje. En su ánimo permanecía la preocupación por Catalunya, adonde no ha regresado.