El rey y el presidente
El diario ensalza la figura del rey emérito de España y aborda también la polémica sobre el libro en el que el exjefe de campaña de Donald Trump, Steve Banon, habla sobre el presidente de Estados Unidos.
Todo tiene una explicación, así que les debo una explicación y voy a pagársela, como diría Pepe Isbert: asistí el miércoles, provisto de dos cubos de palomitas frías a precio de paletilla de bellota, a la proyección de las 15.45 h de la película de dibujos Ferdinand , un panfleto antitaurino que adoctrina a los niños.
¡Tenemos la infancia mejor preparada de la historia!
Todo empezó en un almuerzo familiar. Mi sobrina Laura, mallorquina de Mallorca, nueve añitos, de visita por las fiestas, me preguntó:
–¿A ti te gustan los toros, verdad? Llevo años tratando de transmitir conocimientos taurinos a alguien y estaría dispuesto, sin interés económico, a dar charlas en guarderías independentistas, institutos del Bronx y talleres de autoestima con tal de adoctrinar a alguna alma cándida en las grandezas del toreo.
–¡Ya lo creo que me gustan!
Ya me veía caminando con la sobrina –tengo cuatro, cuatro ricuras– camino de la Maestranza con traje de flamenca, clavel rojo, palomitas, helados y asientos de barrera.
–¿Me llevas a ver Ferdinand ? Es la historia de un toro.
¡La madre que me parió! (abuela materna de Laura).
La sala 11 del Cinesa Diagonal presentaba un lleno hasta la bandera. La función empezó con retraso. –¡Esto nunca pasa en los toros! En el segundo tercio, varios espectadores menores de 10 años y sin relación aparente, empezaron a dar el cante y la tabarra. Sus respectivas cuadrillas
Toda la vida deseando aficionar a los toros a alguien y una sobrina me lleva a ver el panfleto de ‘Ferdinand’
–los abuelos– hicieron el Don Tancredo. No hizo acto de presencia la autoridad, que hubiese arrancado la ovación de los tendidos con el arresto de las promesas del postureo y la impertinencia más elemental.
–Laura, ¡este toro es mansurrón, sin peligro pero mansurrón! Y aplomado. (Y menuda mierda de defensas). Mi sobrina a lo suyo, enternecida por un toro que subleva a la manada con la teoría de que no tienen por qué acabar ni en el matadero ni en Las Ventas, escenario de la lidia desordenada de Ferdinand, del hierro de los herederos de la Century Fox.
–¡Nunca he visto a un torero con bigote! ¡Esto sólo pasa aquí!
Saque el pañuelo en dirección a la presidencia y traté de detener la proyección en vano. Mi sobrina me miró con cara de desaprobación.
–Y ahora se va a portagayola... ¡con la muleta! Menuda farsa, sobrina.
Aun así, Ferdinand se ganó al público y fue indultado en la pantalla y en la sala, un público de feria que dio premio inmerecido a su falta de trapío.
¿Que les he chafado la guitarra con el spoiler? ¡Es lo mínimo que se podía esperar de un aficionado al que la taquillera se negó a devolver el importe de las entradas!
La culpa no es de la empresa ni de la taquillera. La culpa es de los niños de hoy que adoctrinan más que hablan.