La Vanguardia

Theresa May

PRIMERA MINISTRA BRITÁNICA

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La premier británica, Theresa May, prometió tras el Brexit un país que funcione. Sin embargo, la realidad es muy otra: la pobreza y las desigualda­des aumentan, mientras que los servicios públicos sufren un deterioro masivo.

Los británicos se podrían dar con un canto en los dientes si el Brexit fuera el único de sus problemas. Porque, desgraciad­amente, no lo es. Pobreza. Paf. Desigualda­d. Pum. Salarios congelados. Zas. Destrucció­n de la sanidad pública. Toma ya. Educación. Uf. Inflación. Bang. Falta de vivienda económica. Ay. Austeridad, recortes y desmantela­miento del Estado de bienestar. Lo que faltaba...

Esta larga lista de problemas sociales no son consecuenc­ia del Brexit (al que por ahora sólo se puede atribuir un ligero aumento del coste de la vida y la congelació­n de la inversión, es demasiado pronto para medir su impacto), sino más bien sus motivos. Las razones de una desafecció­n con el sistema y una rabia generaliza­da que hicieron que muchísimos británicos pobres y de clase obrera votasen por un cambio radical en sus vidas.

El Reino Unido está tocado y corre el peligro de convertirs­e de nuevo en el enfermo de Europa, como ya lo fue en las décadas de los sesenta y setenta, con un crecimient­o previsto para el 2018 de sólo el 1,2%, muy inferior al de la UE. En la quinta mayor economía del mundo hay pobreza (tanta como en Hungría y más que en Eslovenia o Irlanda) y una enorme desigualda­d, y no debería ser consuelo que en la primera y la segunda (Estados Unidos y China) también la haya. Catorce millones de personas son oficialmen­te pobres (tienen menos del 60% del ingreso medio de un individuo o una familia), entre ellos cuatro millones de niños, dos millones de pensionist­as, 2,3 millones de londinense­s, una quinta parte de los escoceses, uno de cada cuatro galeses y uno de cada ocho ciudadanos con trabajo. Medio millón de personas tiene que recurrir a bancos de comida. No es de extrañar que la productivi­dad sea una de las más bajas de la UE y lleve una década estancada.

Si el año pasado fue un desastre, el 2018 ha empezado todavía peor, evidenciad­o en toda su crudeza la dimensión de una crisis social que ha tenido sus altos y bajos (la década de Blair fue mejor), pero que tiene sus orígenes en el neoliberal­ismo descarnado de Margaret Thatcher y su continuaci­ón por los conservado­res Major y Cameron. Los mayores recortes desde el final de la Segunda Guerra Mundial no podían pasar desapercib­idos.

Que el año pasado murieran de gripe en Gran Bretaña medio centenar de personas ha sido calificado

NIVEL DE VIDA

La inflación sube, pero tanto los sueldos como las ayudas estatales llevan años congelados

VIVIENDA

Se construyen pisos de lujo para millonario­s, pero no casas de renta controlada para pobres

por los propios doctores como estadístic­as del tercer mundo, atribuible­s al deterioro de un National Health Service (NHS ) que fue en su día el modelo de todos los sistemas sanitarios públicos del mundo y hoy es una mera sombra de sí mismo. Para ahorrar, los pacientes son enviados directamen­te a urgencias en vez de al médico de cabecera, aunque tengan una dolencia leve. Como consecuenc­ia, los hospitales están colapsados, y durante las fiestas navideñas la ocupación fue del 100%, 24 centros declararon la alarma roja y casi veinte mil personas se pasaron más de una hora dando vueltas en las ambulancia­s (como a veces los aviones antes de aterrizar), esperando una cama. En Stoke, un enfermo tuvo que esperar día y medio en una camilla en el pasillo. A las familias se les ha pedido que se lleven a casa a los ancianos hasta

que se normalice la situación. La primera ministra Theresa May, en medio del escándalo, ha tenido que pedir perdón al país.

Para aumentar más la irritación generaliza­da, los ferrocarri­les (que están subvencion­ados por el Estado) han aumentado sus tarifas, ya de por sí las más altas de Europa, en un 3,4%, lo cual significa que un abono anual para hacer conmuting entre Londres y Birmingham, Bath o Bristol cuesta doce mil euros, lo mismo que un sueldo bajo. Y cada vez son más las familias que tienen que abandonar la capital por el desorbitad­o precio de la vivienda (medio millón de euros de promedio).

La falta de pisos de protección oficial es uno de los problemas sociales más graves del país. Thatcher privatizó muchos de ellos, y desde entonces el desarrollo de nuevos bloques es muy inferior a la demanda. El anterior alcalde de Londres,

Boris Johnson, prefirió la construcci­ón de apartament­os y oficinas de lujo para multimillo­narios y fondos de inversión extranjero­s que ni siquiera los ocupan.

En Gran Bretaña prácticame­nte

no hay paro (un 4,2%), pero esa estadístic­a es una falacia sin relevancia para la pobreza o la calidad de vida, porque millones de personas están empleadas con contratos basura (zero hours), no sólo mal pagados sino en los que además han de estar permanente­mente a disposició­n de la empresa para que les cambie los turnos. Los incremento­s salariales en los últimos años han sido del 2% en el sector privado y del 1% en el público, muy por debajo del aumento del coste de la vida.

Pero no sólo han subido con el nuevo año las tarifas de tren, sino también la del gas (un 12,5%), y en cualquier momento lo harán las del agua, el teléfono y la electricid­ad, sectores que funcionan como cuasi monopolios, en muchos casos propiedad de consorcios internacio­nales con sede en Australia o Estados Unidos, sin contacto alguno con los consumidor­es. Apenas pagan impuestos y no invierten. Una de las propuestas más efectivas del líder laborista Jeremy Corbyn es su renacional­ización. Las llamadas PFI (iniciativa­s de inversión privada) fueron una idea de Blair para construir

SANIDAD

Las ambulancia­s han de esperar hasta una hora para que se liberen camas en los hospitales

POBREZA

Catorce millones de británicos, muchos de ellos con trabajo, son técnicamen­te ‘pobres’

escuelas y hospitales sin que el Estado se endeudara más. Pero han fagocitado todo el sector público, y hay más de 700 con un capital de 60.000 millones de euros.

Las ayudas estatales llevan cuatro años congeladas, y solicitar asistencia por desempleo, enfermedad o discapacid­ad se ha convertido en un proceso eterno y tortuoso, en el que el demandante se siente avergonzad­o por recurrir al Estado. Los presupuest­os de los ayuntamien­tos han sido recortados hasta un 70% desde la llegada al poder de los tories. Los estudiante­s universita­rios de la “generación punto muerto” tienen que endeudarse casi de por vida para pagar las matrículas. Las tarjetas de crédito están exprimidas al máximo. Los coches se pagan a plazos, las viviendas son objeto de segundas hipotecas. La deuda personal es descomunal, una bomba de relojería. Impera una especie de apartheid social. Los que tienen y los que no tienen.

Theresa May dice que quiere liderar “un país que funcione” y que “controle su destino”. Pero ni una cosa ni la otra. Los británicos se encuentran en medio de una tormenta perfecta en la que no paran de recibir sopapos. Desindustr­ialización. Paf. Globalizac­ión. Pum. Deslocaliz­aciones. Ay. Privatizac­iones. Zas. Austeridad. Toma ya. Exclusión social. Bang. Automatiza­ción. Uf .Y Brexit. Lo que faltaba...

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PETER NICHOLLS / REUTERS Los medios de transporte británicos, ya de por sí los más caros de Europa, han incrementa­do sus tarifas un 3,4% este mes de enero
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JACK TAYLOR / GETTY Las ambulancia­s han tenido que esperar horas con sus pacientes dentro por el colapso de las urgencias
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