A quién beneficia la protesta iraní
La oposición conservadora aprovecha contra el presidente Rohani una movilización con detonante económico
En mayo pasado, cuando el presidente Hasan Rohani recorría el país haciendo campaña para su reelección, el mensaje de la población era claro: querían que cumpliera con la promesa de mejorar la economía. Había logrado firmar el acuerdo que ponía límites al programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones, tal como lo había prometido en la campaña que lo llevó a la presidencia en el 2013, pero estaba lejos de haber traído bienestar a la vida de millones de iraníes, especialmente los jóvenes.
La recuperación a escala macroeconómica, con un crecimiento aproximado del 6%, no se sentía en la calle. Ni tampoco en los canales de Telegram, una aplicación de mensajería con unos 25 millones de usuarios en Irán, que se ha convertido en la plataforma de comunicación masiva y que ha tenido un papel fundamental en las protestas que se extienden por el país desde hace diez días, hasta el punto de que las autoridades la han bloqueado.
Esta frustración fue aprovechada por el principal candidato opositor, Ibrahim Raisi, para hacer campaña contra Rohani. Desde las tribunas –y púlpitos–, este clérigo, que tiene su centro de poder en la segunda ciudad del país, Mashad, atacaba las políticas “neoliberales” y aperturistas del mandatario al tiempo que hablaba de una economía más social, que llegara a la mayoría de la población. Muchos reformistas catalogaron este discurso de incoherente debido a que este ayatolislam, que pertenece a la élite religiosa, tiene a su cargo la organización más importante y acaudalada del país, Astan Quds Razavi, que no paga impuestos al Estado.
Es bien sabido que en mayo los iraníes decidieron dar otra oportunidad a Rohani, reeligiéndole con el 57% de los votos. Pero la disconformidad ha continuado, como se ha visto desde el 28 de diciembre, cuando una protesta en Mashad –ciudad donde Raisi fue más votado que Rohani– se expandió rápidamente bajo la premisa inicial del descontento económico.
Hasta aquí el escenario parece más o menos claro. Pero lo cierto es que estas protestas, que tienen a Irán en un estado de shock, también han dejado al descubierto otros factores que definen la República Islámica actual y sin los cuales no sería posible poner en contexto este movimiento de protestas sobre el cual hay más interrogantes que certezas.
A estas alturas, muchos iraníes se preguntan quién las lidera y qué buscan. Pero sobre todo temen que las protestas tomen un tinte violenlas to que lleve al país a la inestabilidad. Esta incertidumbre ha hecho que la población de las grandes urbes, especialmente la clase media, no se haya unido. Después de las manifestaciones frustradas del 2009, cuando millones se movilizaron contra la “dudosa” reelección de Mahmud Ahmadineyad, y la dura represión posterior, muchos concluyeron que el mejor camino para las reformas era el campo político.
“El punto que tener en consideración es que nunca debemos cometer el error de llamar a la gente y a los que protestan extranjeros, o factores extranjeros. No, son gente que protesta y tiene derecho a protestar”, aseguraba el líder reformista Mostafa Tajzadeh, quien estuvo preso más de siete años después del 2009. A diferencia de entonces, el reformismo no se ha unido a estas protestas, a las que da apoyo sólo desde la retórica. Muchos de sus integrantes aseguran que esperan que este movimiento sirva de alerta al régimen para tomar medidas sobre problemas críticos como la corrupción, la inequidad y desempleo.
Y es que si bien el factor extranjero, y la interferencia de Estados Unidos o Israel, es un tema que cada vez toma más protagonismo en la retórica del régimen para explicar y reprimir las protestas, en el espacio político iraní también se ha discutido ampliamente sobre la lucha por el futuro como un elemento determinante en estas protestas.
En este panorama entra en juego un factor del que ya se hablaba en elecciones: la lucha del sector radical por eliminar del escenario político a Hasan Rohani, que forma parte de la lista de los supuestos candidatos para suceder al líder supremo Ali Jamenei, de 78 años, en caso de muerte. Y para volver a atar cabos, esta pelea ha pasado a estar liderada desde Mashad no sólo por el excandidato Raisi, sino por su suegro, Ahmad Alamolhoda, un influyente ayatolá que es el representante del líder supremo en la ciudad. Crítico acérrimo del reformismo, ha pasado a convertirse desde hace meses en un gran protagonista y ha desafiado todas las políticas aperturistas impulsadas por Rohani.
El reformismo no se ha sumado, y el temor a la violencia deja en casa a la clase media que salió a la calle en el 2009
“Aquellos que están detrás se quemarán los dedos”, dijo el primer vicepresidente, Eshaq Jahangiri
Mientras que desde el Gobierno se empezaba a dar cada vez más permisos para conciertos en el país, Alamolhoda los prohibía en Mashad. Y así sucedía con otra serie de políticas. Se asegura que él fue quien movió todos los hilos para que Raisi, un clérigo sin ninguna experiencia política, fuera el candidato de los radicales en las pasadas elecciones. Hoy Raisi también figura en la lista para suceder al líder.
A pesar de que Almolhada luego criticó el devenir de las protestas, que terminaron por atacar directamente al líder supremo, un sector político de Teherán está convencido que el movimiento que surgió en Mashad tenía como objetivo principal crear malestar contra Rohani y generar una campaña para desestabilizarlo. “Cuando un movimiento social es lanzado en las calles, aquellos que lo comenzaron posiblemente no tengan la capacidad de controlarlo hasta el final”, aseguró días atrás el primer vicepresidente Eshaq Jahangiri. “Aquellos que están detrás de los eventos se quemarán los dedos”, sentenció.
Días atrás se supo que Alamolhoda había sido llamado por el Consejo de Seguridad Nacional para hablar de las protestas iniciadas en Mashad. Y es que estas pasaron a incluir rápidamente un popurrí de reivindicaciones, con gritos de “muerte a Jamenei”. Es común escuchar lemas que hablan de un referéndum, de obtener mayores libertades y de la necesidad de gastarse el dinero en mejorar la economía y no en guerras como las de Siria.
El presidente, quien ha defendido el derecho de la población a reclamar pacíficamente, puede sacar provecho para impulsar las reformas que necesita, especialmente en el terreno de la corrupción. Si logra convencer al resto del régimen de que su supervivencia depende de acercarse a la totalidad de la gente –no sólo a ese sector de la sociedad que lo apoya– y crear mejores condiciones de vida, habrá ganado una gran batalla. Otro reto es llevar mayores libertades a todas las regiones del país donde el poder de las milicias y el clero es mucho mayor que en Teherán, donde la sociedad cambia rápidamente.