Republicanismo de Instagram
Si la credibilidad representativa de un político dependiera de su cuenta de Instagram, Carles Puigdemont debería abandonar. Por suerte para él, y contrariamente a lo que se empeñan en afirmar los druidas de la nueva política, los resultados del 21-D no se someten a las maniobras de la bolsa pasional de especulaciones. Antes de la aplicación del artículo 155, Carles Puigdemont podía permitirse arrinconar momentáneamente su vocación digital a causa de una agenda institucional manicomial. En cambio, como prófugo VIP y protagonista de la incierta persecución-huida que lo ha llevado hasta Bruselas, este instrumento adquiere la relevancia que él lleva años anunciando en su condición de pionero de la tecnología aplicada a la política.
¿Se corresponden los resultados del 21-D de Junts per Catalunya con el seguimiento de Puigdemont en Instagram? Las últimas imágenes subidas a su cuenta han activado adhesiones de entre 32.000 y 68.000 likes. Alguien puede pensar que si una foto reciente de Risto Mejide besando a Laura Escanes supera los 100.000, el futuro de Puigdemont como instagrammer es dudoso. Pero si lo comparamos con la cuenta de Mariano Rajoy, veremos que el christmas del presidente de España sólo obtuvo 7.500 likes. En las últimas semanas, los mensajes de Puigdemont se analizan con hermenéutico rigor y una lupa que acaba dependiendo más del color del cristal de las gafas de quién los lee que de su literalidad. Y, en el caso de Instagram, la selección de fotos contrasta con la agresividad denunciadora y combativa de sus entrevistas y discursos. Que la foto reciente que más seguimiento ha suscitado sea la de la tarta de cumpleaños confirma que Instagram vehicula mejor las virtudes privadas que los vicios públicos. Sin embargo, Puigdemont no renuncia a institucionalizar la distancia y a ilustrar sus fotos con comentarios que aspiran a marcar la agenda, influir en la opinión publicada y desmentir argumentos tan rotundos como los del experto Eli Pariser, que sostiene que todo forma parte de un intento de lobotomía global.
Y ahora que nadie sabe qué audaz y creativo invento están pactando los vencedores del 21-D en el puente aéreo Barcelona-Bruselas (se habla de una huida como polizón, una investidura-holograma y un colapso reglamentario), los mensajes deben ser lo bastante ambiguos para no abrir heridas y lo suficientemente explícitos para mantener la moral de la tropa. Y si el jardinero creado por el novelista Jerzy Kosinsky llegó a presidente de Estados Unidos con obviedades a lo Paulo Coelho, el Puigdemont instagrammer coquetea con una estética new age de calendario de academia de yoga. Y para rematar esta inercia puede acompañar sus fotos con sentencias históricas (Robert Kennedy, Nelson Mandela) de esas que nadie se encarga de verificar.
El admirado Toni Batllori suele dibujar a Puigdemont rodeado de árboles otoñales. Y cuando Ricard Ustrell lo entrevistó, se desplazó hasta un bosque de la zona flamenca, a media hora de la capital, quien sabe si para enfatizar la idea de desamparo o para ser coherente con las afinidades electivas entre Flandes y Catalunya. Las razones que lo han llevado hasta Bélgica no sólo han apostado por el marco jurídico del país sino por los paralelismos de historia (y victimismo) entre ambos nacionalismos.
Las leyes de la república de Instagram, sin embargo, son primarias y mutantes. Aquí Puigdemont puede practicar una especie de terapia del árbol, que conecta con el paisajismo de fageda de la Garrotxa pero también con el alma orgánica de nuestros poetas (Verdaguer, Carner, Maragall, Bofill, Torres, Marçal, Vinyoli o Foix). Y para no sucumbir al tópico existencialista de las hojas muertas, Puigdemont incluye imágenes de troncos vigorosamente erguidos hacia el cielo, frondosas copas de contagiosa plasticidad, rosas líricamente esperanzadoras e incluso un paisaje pirenaico que satura la liturgia sentimental del emigrante. La suma de imagen y mensaje busca complacer a sus seguidores. Y lo hace con tácticas propias de los demagogos que con tanta ironía estudió Raoul Frary y, si se tercia, superando los niveles más convencionales de cursilería. Pero Instagram lo facilita porque es el medio de comunicación que mejor amplifica la soledad, el narcisismo, la dependencia, la adhesión, la indignación y el postureo emocional, tanto del titular de la cuenta como de sus seguidores.
En las últimas semanas, los mensajes de Carles Puigdemont son analizados con una lupa subjetiva