Píos deseos al empezar el año
Tomo prestado el título de este artículo de un poema de Jaime Gil de Biedma, en el que el poeta barcelonés se plantea, como muchos de nosotros, el deseo de un cambio de vida al iniciarse un nuevo año. Ese cambio, del que el refranero español también da cuenta de manera sucinta con el popular dicho: “Año nuevo, vida nueva”, alude a los buenos propósitos que durante las pasadas fechas hemos hecho en relación con nosotros mismos. También, en prueba de que no somos egoístas, hemos deseado a amigos y conocidos que se cumplan sus aspiraciones durante el año que comienza. Antes, esos buenos deseos compartidos nos llegaban a través de las felicitaciones navideñas, los christmas, que decían los cursis, mandados por correo postal, en los que primaban ilustraciones de carácter religioso. Hoy en día los recibimos mediante las redes, con imágenes de carácter laico en las que imperan tradiciones llegadas de otros lugares, como Papá Noel o los árboles de Navidad.
Compruebo que en el almacén de internet, donde verdaderamente se encuentra cualquier cosa, hay páginas dedicadas a esos buenos deseos, con frases de famosos y famosetes además de un catálogo de felicitaciones en las que se aúnan las palabras con las imágenes para que quien quiera pueda utilizarlas. Me fijo en que son bastantes las que se centran en el brindis, el chocar de copas de champán o cava –ojalá fuera catalán– aunque en alguno se brinda con cerveza, algo que en esta época del año resulta por estos pagos un tanto exótico, puesto que la cerveza suele estar ausente de nuestras mesas navideñas.
Los memes, que tanto han proliferado referidos al asunto catalán, demostrando la capacidad de ingenio de tantísimas personas de ideologías opuestas, se han adecuado a las circunstancias navideñas y han tratado especialmente de las reuniones familiares obligadas –en las que no queda más remedio que aguantar a suegras y cuñados–, a los kilos de más acumulados durante las celebraciones y a los propósitos de ponernos a dieta en cuanto pasen las fiestas. Por lo menos los que a mí me han llegado trataban de esos asuntos.
La necesidad de perder kilos, comiendo menos y yendo más al gimnasio, es precisamente uno de los deseos más compartidos para el año nuevo. Otros propósitos, en cambio, se ajustan a otro comienzo, el del curso escolar, cuando proliferan los anuncios de las escuelas de inglés y nos hacen caer en la cuenta de que es primordial que aprendamos de una vez por todas esa lengua que siempre se nos resiste. Tanto es así que el gran Adolfo Marsillach definía a los españoles como aquellos entes que se pasaban la vida tratando de aprender inglés. Los independentistas que basan su ideología en creer que los catalanes no son españoles, no se sentirían incluidos en la afirmación del llorado director de teatro, por cierto, barcelonés. Verdaderamente, tanto Pujol como Puigdemont hablan inglés, lengua que al parecer Zapatero y Rajoy ignoran. También la ignoraba Aznar cuando nos metió en la guerra del
Debemos tratar de hacer realidad esos propósitos; si no, seguirán siendo palabras vacías, sonidos carentes de sentido
Golfo, tras el fin de semana pasado en Texas con su amigo Bush. Si no entiendes lo que te dicen y quieres ser amable con tu interlocutor, como el presidente español con el americano, tiendes a decirle a todo que sí y eso es lo que tal vez le pasó entonces a Aznar, que ahora me aseguran que habla en inglés tan bien como en español.
Jaime Gil de Biedma, que sabía inglés, no en vano había estado estudiándolo en Oxford, en Píos deseos al empezar el año no pide otra cosa que ser capaz de aceptar la realidad y no pedirle peras al olmo. En el gimnasio municipal que frecuento y debiera frecuentar mucho más, con motivo de las pasadas fiestas, pusieron unos tablones en forma de abeto para que los socios pudiéramos dejar nuestros mensajes con deseos y propósitos para el año que empieza. Me entretuve un buen rato en leerlos y me di cuenta de que la mayoría pecaban de utópicos. Ciertamente no hay que ponerle coto a los sueños, de cuya madera estamos hechos, como apuntó Shakespeare, pero, precisamente por eso, hay que medir bien la apuesta de nuestras ensoñaciones y sus posibilidades de éxito. Jaime Gil escribió su poema reconociendo que estaba ya de vuelta del reino de la juventud y que por eso la pretensión del sujeto poético que tanto se le parecía “de ser casto y estar solo” tenía sentido, aunque “la tentación de los cuerpos felices” que puso en otro poema pudiera salirle al paso para interceptárselo, por muy píos que fueran sus propósitos de enmienda.
Seríamos unos inmorales irredentos si no deseáramos un mundo mejor, sin guerras, sin hambre, sin pobreza, sin enfermedades, sin violencia de género, sin cambio climático o, lo que es lo mismo, con paz, prosperidad, salud y amor universales, un amor extensivo a todos los seres, racionales e irracionales y al planeta que a todos pertenece y debemos cuidar para las futuras generaciones. Pero eso no basta. Debemos tratar de hacer realidad esos propósitos. Exigiendo que se cumplan y cumpliéndolos en la medida de nuestras posibilidades. De lo contrario, tantos buenos deseos seguirán siendo palabras vacías, sonidos carentes de sentido, adornos navideños de bazar con los que a finales de diciembre remedamos a los loros.