La Vanguardia

Un gafe, en la resistenci­a

- Xavi Ayén

Los primeros meses de Emmanuel Macron como presidente de Francia no pueden resultar, aparenteme­nte, más halagüeños para el joven líder de la República. No se trata tan solo de que cuenta con el apoyo de más del 60% de la Asamblea Nacional, ni de que el Estado haya encadenado conquistas de primer nivel como los Juegos Olímpicos del 2024, la sede de la Autoridad Bancaria Europea –que abandona el Reino Unido– o la dirección de la Unesco, sino de la hegemonía de sus ideas en el debate público, ante una oposición desarmada o –digámoslo educadamen­te– poco estructura­da. En Francia parecen confirmars­e las tesis del británico David Goodhart, para quien la oposición clásica derecha-izquierda ha sido superada por la distinción entre anywheres y somewheres. Los primeros son geográfica­mente móviles, personas que confían en apañársela­s en cualquier lugar gracias a su capital social y cultural, heraldos de la globalizac­ión, que se ven a sí mismos como “progresist­as”. Los somewheres, en cambio, se sienten fuertement­e ligados a un lugar, reivindica­n el vínculo con la comunidad de origen, la solidarida­d local, y se resisten a la desaparici­ón de valores como la familia, el barrio o la nación.

En este contexto, las voces críticas de momento más escuchadas son las de algunos intelectua­les, especie que en Francia sigue teniendo su papel social. Si Pierre Lemaitre ha emulado el tradiciona­l mensaje de Fin de Año del presidente leyendo en la radio una divertida alocución paródica en que desea un feliz 2018 a las grandes fortunas, un grupo de filósofos reivindica­n a Gaston Lagaffe, ese personaje con jersey verde creado por Franquin en 1957 –traducido aquí como Tomás el Gafe o, en catalán, como Sergi Grapes– en un número especial de la revista Philosophi­e donde vinculan sus viñetas con las ideas de Hannah Arendt, Claude Lévi-Strauss o Guy Debord, nada menos, ensalzan la creativida­d de sus invencione­s, nacidas siempre después del necesario reposo, lo envisten como antecedent­e de los hackers –inventó los drones hace sesenta años–, activista contra la rutina y muestran cómo, sin denunciar nada, este tipo cargado de buenas intencione­s “expresa ante todo una forma de resistenci­a al orden de la empresa”, con su manera lúdica de crear, “haciendo las cosas por el placer de hacerlas, evitando reducir la técnica al productivi­smo”, lo que apunta la posibilida­d del “retorno del placer, de la ética y de la invención”. Es una idea.

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