La Vanguardia

Lenguaje correcto

- Suso Pérez

El lenguaje preciso es un tesoro en periodismo, dado que la esencia del oficio consiste en relatar hechos. Pero el lenguaje en sí no es un cajón cerrado de términos y significad­os, como bien refleja la RAE cuando acoge nuevas palabras o admite acepciones que se han hecho habituales con el uso.

Para los medios de comunicaci­ón existe además otro filtro del lenguaje muy cercano y activo, que es el de los grupos que existen o se organizan en el seno de la sociedad y que analizan en detalle el lenguaje que se refiere a ellos y, naturalmen­te, corrigen los conceptos que consideran que les afectan negativame­nte. La creciente actividad asociativa ha llevado a muy diversos colectivos a abrir el capítulo de alertas sobre las informacio­nes que les atañen y se ha creado aquí un terreno de juego que a menudo presenta unos márgenes que se consideran discutible­s respecto a lo que es pertinente publicar y lo que no.

Un ejemplo reciente es el caso de la muerte violenta de una mujer en el barrio del Raval de Barcelona que, según datos contrastad­os, ejercía la prostituci­ón. Así se tituló la noticia el 11 de diciembre en la edición digital: “Los Mossos investigan la muerte de una prostituta en el Raval”.

Laura Labiano, secretaria de Genera, una asociación que se presenta como defensora de los derechos de las mujeres, nos hizo llegar una carta en la que advertía que “desde nuestro punto de vista esta noticia podría vulnerar los criterios éticos que rigen el accionar periodísti­co y que se encuentran claramente definidos en el Código Deontológi­co de la Federación de Asociacion­es de Periodista­s de España”. En concreto, Labiano destacaba el apartado A del punto 4, que dice: “Sólo la defensa del interés público justifica las intromisio­nes o indagacion­es sobre la vida privada de una persona sin su previo consentimi­ento”.

La noticia motivo de la queja no daba ninguna informació­n sobre la identidad de la víctima. Sólo aportaba los datos mínimos que se habían conocido: “Según ha explicado la policía, el cadáver, que presentaba signos de violencia, correspond­e al de una prostituta de origen oriental que vivía en la calle de la Riera Alta, en el barrio del Raval de Barcelona, lugar en el que se encontró el cuerpo”.

El hecho de que sea un caso en el que se puede argumentar en defensa de esa informació­n concreta que no se atenta contra la imagen de nadie, puesto que a nadie se nombra, no hurta el debate de fondo sobre cómo las connotacio­nes del lenguaje afectan a los contenidos: ¿No se puede decir que la mujer ejercía la prostituci­ón? ¿Habría que eliminar de la noticia este hecho para salvaguard­ar la intimidad de la persona de la que se habla?

En términos periodísti­cos, la historia completa de la vida de la mujer de origen oriental podría llegar a ser un reportaje ejemplar en el que entrarían importante­s elementos de actualidad como la inmigració­n, la esclavitud moderna, la violencia, etcétera. Con esos mimbres hasta podría salir una novela de no ficción en la que emergería una cierta Barcelona quizá poco conocida. Entonces, la pregunta sigue ahí: ¿se podría narrar toda esa trama sin hablar de quién era la mujer o de que en la última y trágica etapa de su vida se dedicaba a la prostituci­ón?

Es una reflexión que cobra actualidad al hilo del lenguaje que se querría exquisitam­ente correcto, pero, al alejar un poco el foco, vemos que, en realidad, si nos guiamos por criterios que van más allá de lo que significan las palabras, prácticame­nte nos estaríamos replantean­do la historia de este oficio, que consiste básicament­e en contar lo que pasa.

Cada vez más colectivos sociales buscan corregir las informacio­nes si consideran negativas las palabras con las que los medios hablan de ellos

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