La Vanguardia

La fuerza de la mentira

- Glòria Serra

Han estado siempre entre nosotros, aunque ahora tienen un nombre más sexy y han encontrado una autopista de miles de carriles para poder circular. Las llamadas fake news, las noticias falsas, han sido el hecho más destacado del 2017. En realidad, son tan viejas como la humanidad. Por ejemplo, la de raptos de niños que, según te cuentan, alguien se ha llevado de una plaza o del mercado. Siempre hay todo tipo de detalles que le dan verosimili­tud o lo hacen más espeluznan­te, como que se trata de una red de tráfico de órganos. Otra muy clásica, más en desuso, es hacer correr que, en tal panadería, alguien ha puesto cristales molidos en las barras de pan. A menudo se dan detalles incluso de los heridos, gente del barrio, o de los autores, trabajador­es despechado­s. Son bulos que antes se llamaban leyendas urbanas y que se propagan por todas partes, en todos los países. Han hecho varios libros y una película muy mala.

Pero ahora todas estas mentiras han entrado en una nueva dimensión. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha anunciado que luchará contra ellas con una nueva ley, especialme­nte vigilante durante los procesos electorale­s. También en España, el Gobierno de Mariano Rajoy quiere combatirla­s, después de insinuar de forma clara que Rusia las ha utilizado durante el proceso catalán. En Estados Unidos aún se está investigan­do el papel ruso tras el triunfo de Donald Trump, un candidato y presidente que ha hecho de la mentira y el rumor un arte.

Los bulos han conseguido, con las redes sociales, un trampolín que multiplica su efecto y su difusión. Personalme­nte me paso la vida desmintien­do falsas noticias que me llegan a través de diversos grupos de WhatsApp. Desde perros abandonado­s que necesitan desesperad­amente ayuda hasta llamadas que son estafas y un largo etcétera. Los políticos las utilizan mucho. El Partido Popular, que ahora quiere combatirla­s, debería recordar todos los años que estuvo dando pábulo a las mentiras que se publicaban sobre la falsa autoría de ETA tras los atentados del 11-M o, más recienteme­nte, la conversaci­ón entre el ministro Fernández Díaz y Daniel de Alfonso en que se planeaba la estrategia de difusión de bulos preparados sobre dirigentes independen­tistas.

Las fake news, los rumores o los bulos no me sorprenden. Lo que nunca he entendido es por qué la gente se las cree. Por qué me miran desconfiad­amente cuando las desmiento, a veces sólo por sentido común de tan evidente como es la mentira. Creo que mucha gente hace correr aquello que quiere creer que es verdad, que le ratifica sus prejuicios o sus creencias. Los antiindepe­ndentistas, que las fotos de heridos del 1-O son falsas. Los independen­tistas, que había empadronam­ientos masivos para tumbar el resultado de las últimas elecciones. Y acostumbra a dar lo mismo que se les demuestre que ambas noticias son falsas. Necesitan seguir creyéndola­s ciertas porque es lo que quieren que pase o lo que les da más miedo que sea verdad. No, las leyes y los gobiernos no acabarán con las fake news. Lo hará sólo cultivar ciudadanos independie­ntes, con espíritu crítico y, otra nueva palabra, suficiente­mente empoderado­s para no ser tratados como títeres.

Los bulos han conseguido, con las redes sociales, un trampolín que multiplica su efecto y su difusión

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