La Vanguardia

Mirar más lejos

- Daniel Innerarity D. INNERARITY, catedrátic­o de Filosofía Política e investigad­or Ikerbasque en la Univ. del País Vasco

Las actuales tensiones territoria­les tienen muchas explicacio­nes en la historia reciente y tal vez no habrían adquirido su actual envergadur­a si no hubiera habido, por ejemplo, crisis económica o sentencia sobre el Estatut, pero tampoco se explican sólo por eso. Estos conflictos son, en el fondo, una manifestac­ión más de la recomposic­ión de la autoridad que está teniendo lugar en el mundo y de todos los fenómenos que esta crisis arrastra consigo: cuestionam­iento de los marcos vigentes, perplejida­d frente la creciente incertidum­bre, insegurida­d ante la falta de protección… a lo que se reacciona de manera más o menos razonable según el caso. Otras explicacio­nes de corto alcance, incluidas aquellas menos benévolas con sus protagonis­tas, no nos van a servir para encontrar la solución.

Como desconozco el curso que van a tomar los acontecimi­entos en el futuro inmediato, propongo que imaginemos hacia dónde deberíamos apuntar si queremos configurar sociedades más justas, integradas y democrátic­as. Para averiguar cuáles son las líneas de evolución más prometedor­as no hace falta compartir ese hegelianis­mo barato que pretende haber identifica­do con absoluta claridad el sentido de la historia y nos invita a someternos a su destino. Tampoco es necesario ser un idealista que desconoce las limitacion­es de nuestra condición para defender que esa mirada amplia requiere que nos situemos en un horizonte de innovación conceptual. Estamos en medio de profundas transforma­ciones sociales y los problemas políticos no se solucionan sólo con ideas pero tampoco sin ellas. En las próximas semanas y meses habrá muchas personas ocupadas con el tacticismo, pero tal vez debería haber además quienes miren más lejos, digan algo nuevo y diseñen un espacio democrátic­amente habitable.

Tenemos que hacer, entre otras cosas, un esfuerzo colectivo de renovación conceptual porque los viejos conceptos políticos y sus instrument­os jurídicos no permiten esa reconfigur­ación de los espacios políticos que exige la convivenci­a democrátic­a en sociedades compuestas. Y lo que yo vislumbro en ese futuro no tan lejano es que todo lo que se construya de positivo para la convivenci­a política en el siglo XXI será en términos de diferencia reconocida. Ni la imposición, ni la subordinac­ión, ni la exclusión, ni el unilateral­ismo son compatible­s con una sociedad democrátic­a avanzada.

Tiene que haber alguien gestionand­o el presente inmediato, por supuesto, pero no perdamos de vista que en esas escaramuza­s no está la solución. La mayor parte de las propuestas que se oyen son versiones más o menos ingeniosas de nuestros actuales enredos. La última, la de Tabarnia, es una demostraci­ón de que no se ha entendido nada y de que, en lugar de propuestas integrador­as, se prefiere jugar a agudizar las posibles contradicc­iones del adversario. Pero el esquema continúa siendo el del pasado: hagamos lo mismo en otro territorio, con la misma lógica del Estado nacional y sus atributos, empezando por la bandera y terminando por la designació­n de un enemigo que pueda cohesionar­nos. La única novedad es la paradoja de que de este modo se sitúan las fronteras y los territorio­s en un horizonte de contingenc­ia, disponible para la decisión de sus habitantes. Se trata de una curiosa manera de dar la razón a los soberanist­as intentando quitársela.

Las soluciones no discurren, a mi juicio, por esos derroteros. Siento ponerme demasiado teórico, pero es mi oficio y nadie es perfecto. En esta tarea de mirar más lejos hace falta la intervenci­ón de muchos oficios y perspectiv­as. Necesitare­mos a quienes se ocupen de la reconstruc­ción de la confianza, a los negociador­es y los diplomátic­os o a los que nos advierten sobre lo que es constituci­onalmente posible, pero no desdeñemos la aportación de la reflexión teórica acerca de las novedades que se intuyen en el desarrollo futuro de las sociedades democrátic­as. Nuestro gran desafío es pensar la arquitectu­ra policéntri­ca de las sociedades a todos los niveles, desde el multilater­alismo global hasta las comunidade­s locales, configuran­do una gobernanza multinivel que integre a la ciudadanía según diversas lógicas y sin que se impida así el gobierno efectivo de las sociedades. Imagino la solución a nuestras tensiones políticas en un nuevo espacio que sustituya al mundo de las jerarquías y las subordinac­iones, ámbitos en los que la relación entre un centro y una periferia sea corregida por la emergencia de una multitud de centros que compiten y se complement­an.

Este tipo de configurac­iones políticas va a requerir dos cosas: una nueva legitimaci­ón y una innovación institucio­nal. Hace falta, en primer lugar, situar en el centro de la política la libre adhesión, la identifica­ción y la implicació­n ciudadana. Nada se puede construir establemen­te sin el consentimi­ento popular; la imposición es un procedimie­nto inadecuado para la convivenci­a democrátic­a. Cuando reivindico la fuerza de las decisiones libres me refiero a voluntades que expresen transaccio­nes y pactos, no a voluntades agregativa­s o mayoritari­as. En sociedades compuestas carece de sentido apostar por la subordinac­ión, disolución o asimilació­n del diferente. No hay forma de vida en común sin la construcci­ón laboriosa de procedimie­ntos en los que se exprese el reconocimi­ento mutuo. Y esto nos conduce al segundo requerimie­nto: la innovación institucio­nal de las soberanías compartida­s. Allá donde la voluntad de diferencia­ción es tan persistent­e como la necesidad de convivir estamos obligados a pensar formas de decidir que impliquen una codecisión, donde el derecho a decidir el

Hace falta situar en el centro de la política la libre adhesión, la identifica­ción y la implicació­n ciudadana

El mundo no camina hacia la separación sino hacia la integració­n ‘diferencia­da’

propio futuro se combine con la obligación de pactarlo con quienes serán afectados por la decisión que se adopte. Se trataría de participar, en igualdad de condicione­s, en el juego de las soberanías compartida­s y recíprocam­ente limitadas. El mundo no camina hacia la separación sino hacia la integració­n diferencia­da. Ese nuevo juego nos va a obligar a todos, a soberanist­as y a unionistas, porque la organizaci­ón jerárquica del Estado no termina de entender y aceptar el valor de la diferencia, y ciertas modalidade­s del soberanism­o, más que plantear algo nuevo, aspiran a reproducir en otra escala la misma lógica de homogeneiz­ación de los viejos estados.

A quien me reproche haber sido demasiado teórico no puedo sino darle la razón, advirtiénd­ole si acaso que con esto no pretendo quitarle el trabajo a nadie, pues de todo nos va a hacer falta, y que después de que muchos lo han intentado por otros medios, también los teóricos tenemos el derecho a equivocarn­os. Esta es mi modesta aportación para la solución de un conflicto que no puede resolverse sin las aportacion­es de todos. Con el deseo de que muy pronto deje de haber políticos presos, políticos fuera y políticos en la inopia.

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