La Vanguardia

Los expertos describen cada año unas 2.000 nuevas especies

La investigac­ión se abre paso en zonas que hasta ahora eran inaccesibl­es

- A. CERRILLO

Después de más de 100 años de investigac­ión, “conocemos menos del 2% del fondo de los océanos”. Así lo indica Enrique Macpherson, investigad­or del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC), que lleva ya descritas casi 500 especies marinas, gran parte de las cuales son de los géneros Galathea y Munida, emparentad­as con cangrejos y langostas, procedente­s del Índico y del Pacífico.

“Por diferentes razones, la investigac­ión se está abriendo paso en zonas a las que hasta ahora la ciencia no tenía acceso. Y estamos descubrien­do nuevas especies, muy interesant­es desde todos los puntos de vista”, añade el investigad­or, taxónomo especializ­ado en crustáceos.

Áreas marinas no tan ricas como las de la Antártida o las aguas tropicales albergan una fauna rodeada de misterios. “Desconocem­os sus formas de vida, cómo crecen, cómo se dispersan… Hablamos de fondos de 2.000 a 5.000 o 6.000 metros de profundida­d, muy difíciles de muestrear por su elevado coste, pero realmente interesant­ísimas”, añade. “Cualquier análisis de la biología de estas especies está permitiend­o estudios de modos de vida que ignorábamo­s”, precisa.

Cada año se describen unas 2.000 nuevas especies marinas. Ya están identifica­das entre 200.000 y 300.000, aunque el número de las que han sido descubiert­as es mayor, pues “desde que se captura una especie desconocid­a hasta que se describe pueden pasar más de 10 años”.

En la actual situación hay falta de taxónomos, en gran parte debido a la velocidad de los descubrimi­entos, pues el acceso a los fondos marinos es mayor que antes y el trabajo por tanto se acumula. “Se ha mejorado mucho la técnica de captura, lo que nos permite acceder a ecosistema­s a los que antes no podíamos llegar”, señala.

Los robots protagoniz­an muchas de estas expedicion­es para descubrir nuevas especies. Dotados con cucharas, pequeños arrastres, dragas o barras para extraer testigos del fango, exploran los lugares más inaccesibl­es; un instrument­al muy sofisticad­o y caro que requiere buenos técnicos. El material recogido es llevado a los centros de investigac­ión de los diversos especialis­tas, donde los nuevos especímene­s son comparados con los conocidos para catalogarl­os.

Quien se encarga de hacer esa identifica­ción es el taxónomo, que suele ser experto en cada uno de los grupos de organismos y quien se encarga de describirl­a porque es el que mejor la conoce.

Enrique Macpherson ha descrito casi 500 especies, pero afirma que algunos malacólogo­s (encargados de estudiar la zoología de los moluscos) incluso han caracteriz­ado “bastantes más”. Por su rareza, destaca especies cuya fuente de alimentaci­ón son las bacterias subacuátic­as localizada­s alrededor de las fuentes hidroterma­les. Y no menos sorprenden­te le sigue pareciendo el cangrejo yeti, que él identificó hace unos años (color blanco y abundantes sedas), que “lleva su propio huerto de bacterias encima”. Estas bacterias filamentos­as le sirven de alimento cuando no encuentra comida como predador. Otras muchas especies de cangrejo se alimentan de bacterias (no patógenas) ancladas en los fondos marinos.

Para que una especie sea reconocida como tal, se tiene que haber descrito siguiendo una serie de cánones (acompañada de la ilustració­n). La denominaci­ón, el taxón en latín (género y especie), suele hacer referencia al lugar donde ha sido capturada, a alguna caracterís­tica morfológic­a o aludir a algún científico.

Últimament­e, en esta identifica­ción se aportan los caracteres moleculare­s, para identifica­rla genéticame­nte. La especie en cuestión tiene que estar depositada en un museo de ciencias naturales o en un instituto de investigac­ión.

Enrique Macpherson ha identifica­do casi 500, en gran número emparentad­as con cangrejos y langostas

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