Sant Narcís sigue con las cicatrices del AVE abiertas
Los vecinos intentan recuperar la normalidad tras las obras mientras algunos aún sufren sus consecuencias
El trajín habitual en la estación del AVE, tanto de trenes como de pasajeros, contrasta con la incómoda realidad que aún vive el barrio de Sant Narcís. Atrás han quedado los ruidos, las idas y venidas de camiones, el polvo y las vallas que en algunos casos se situaban a pocos metros de comercios y viviendas por las obras, pero las cicatrices del AVE siguen enquistadas en unos vecinos que intentan recuperar la normalidad tras el cierre de una cuarentena de comercios, la marcha de residentes hacia otras zonas de la ciudad, las decenas de reclamaciones que se enviaron a Adif por grietas en edificios y otros problemas y un rosario de incumplimientos y retrasos que les obligaron a circular por una zona empantanada durante años.
¿Y ahora qué?, se preguntan los residentes en el barrio. Xavier Reyner, presidente de la asociación de vecinos de Sant Narcís, advierte que “el impacto económico y social ha sido tan grande que será difícil que todo este movimiento tenga retorno para el barrio”. Reyner lamenta que Sant Narcís no ha ganado “nada” y “una vez más vuelve a ser el baLo rrio de detrás de la estación”. “La nueva centralidad que se nos prometió que tendría no se ha cumplido. No ha desaparecido el viaducto, que es lo que nos separa del resto de la ciudad”, afirma.
Además, la nueva estación de autobuses soterrada ha generado un tráfico de autobuses que no existía y eso provoca más malestar. “Todos los autobuses pasan ahora por nuestras calles”, agrega Martí Carreras, comerciante y expresidente de la entidad vecinal, quien añade que “ni Adif ni el Ayuntamiento han hecho nada en cuanto a pagar indemnizaciones y compensaciones” y el Parc Central ha quedado “trinchado por las salidas de emergencia, las de aire y la de los autobuses”.
Ni la buena conexión que ha ganado Girona con Barcelona u otras capitales españolas, ni el beneficio económico y turístico que ha supuesto el AVE para la ciudad son argumentos suficientes para convencer a unos vecinos que siguen indignados. “Nunca se nos devolverá lo que vivimos en la zona cero. Fue un drama, una pesadilla”, se lamenta Maria Àngels, otra vecina. En algunos casos, como el de Montse, que vive en la Devesa, los vecinos todavía sufren las consecuencias de la nueva infraestructura. Denuncia que le han salido unas grietas en la pared de casa por el paso subterráneo del tren y notan sus vibraciones. mismo le ocurre a Rosa Maria, a quien, en su vivienda de la calle Francesc Rogés, situada justo delante del pozo de compensación de la Devesa, le explosionó además una de las paredes de su habitación mientras dormía.
“Me pregunto si ha valido la pena la obra y el gasto. Se hubiera podido hacer sin el túnel”, comenta Erika de Kettenburg, que lideró la plataforma ciudadana TAV, creada tras el rechazo vecinal. “Ahora a lo mejor tendríamos un hospital nuevo”, añade. Los vecinos no han dejado su activismo; en la calle Francesc Rogés encienden velas en pilonas al atardecer. Una forma de hacer visible su particular vía crucis.