Problemas relativos
El pasado 17 de agosto, Barcelona se desangró en la Rambla. En condiciones normales, una tragedia de las dimensiones de aquel atentado yihadista debería marcar en rojo, con subrayados y signos de exclamación un año en la vida de una ciudad. Sin embargo, en el barómetro elaborado por encargo del Ayuntamiento a finales de noviembre y comienzos de diciembre, apenas tres meses después de la acción criminal, no se percibe rastro alguno de aquel hecho histórico. En la realidad, la amenaza terrorista persiste. En los estudios de opinión, en cambio, se ha diluido, parece haber caído en el más absoluto de los olvidos.
La encuesta municipal sitúa el terrorismo en la posición número ¡¡¡30!!! de la lista de los problemas más graves de la ciudad empatado, entre otros, con el déficit de espacios verdes, los ocupas y (motivo para la reflexión y la vergüenza) la violencia de género. Únicamente un 0,1% de los entrevistados pareció acordarse de las 16 víctimas mortales del fanatismo en Barcelona y Cambrils cuando respondió al cuestionario. ¿Acaso circula por nuestras calles un virus que afecta a la memoria colectiva de los barceloneses? Quiero pensar que no es así. Entre el 17-A y el 21-D, en esta ciudad se han sucedido tantas y tantas jornadas históricas, todas ellas con un mismo hilo conductor, que incluso un acontecimiento de la magnitud de aquel atentado parece, sin serlo, algo muy antiguo.
No es de extrañar que el (mal) encaje de Catalunya en España sea considerado actualmente el problema número uno de esta ciudad y también el problema personal más grave de sus habitantes. Se explica por su propia importancia, que la tiene y mucha, pero también porque en los medios de comunicación y en las reuniones de amigos y familiares no se habla de otra cosa.
A la hora de establecer en una encuesta el ranking de los problemas de un territorio o una sociedad, tener o no presencia en los medios y en el discurso oficial que emana de los responsables institucionales es fundamental para ocupar una determinada
Pasaron tantas cosas después del 17-A que el terrorismo sólo aparece en el lugar 30 de la lista de problemas de la ciudad
posición. El historial del barómetro municipal está plagado de ejemplos. Cuando la ciudad pasa por periodos de bonanza económica, suelen emerger como problemas el tráfico, el aparcamiento, la suciedad, el incivismo. Basta que se produzca un asesinato, uno sólo, con un fuerte impacto mediático para que la percepción de inseguridad se dispare a lo más alto en las encuestas. Es suficiente que el gobierno municipal insista en presentar el turismo como una enorme molestia más que como una fuente de riqueza para que se convierta en el peor de los males de esta ciudad, como sucedió en el barómetro de junio. Y no hay más que hablar reiteradamente de las prohibiciones que se aplicarán en momentos excepcionales de elevada contaminación atmosférica para que la polución ascienda al top 3 de la lista negra de las inquietudes de los barceloneses. No olvidemos esa volatilidad de los problemas cuando escuchemos a algún dirigente político hacer según qué lecturas, por supuesto interesadas, de las encuestas.