La muerte de Otchakovsky y De Fallois deja huérfana la edición francesa
La carrera de los dos editores fallecidos se refleja en sus imponentes catálogos
“Editor, instrucciones de uso” era el titular de la primera plana de Liberation del viernes, para despedir –en tres páginas- a Paul Otchakovsky-Laurens, creador de la mítica editorial P.O.L. y que entre otros libros de referencia publicó, en 1978, La vida instrucciones de uso (publicado en castellano por Anagrama), de Georges Pérec.
Esa misma mañana, el joven escritor suizo Joël Dicker, autor de La verdad sobre el caso Harry Quebert, traducida a 33 idiomas, decía adiós, en forma de tuit, a otro gran editor, Bernard de Fallois, su descubridor.
Nadie es irreemplazable pero hay personalidades difícil de substituir. En este caso, dos editores de carreras, sensibilidad e ideas diferentes, pero igualmente legendarios, unidos por la misma curiosidad, olfato y apertura de espíritu, como lo demuestran los catálogos de ambas editoriales. Y el hecho de haber dado, cada uno, su nombre a la editorial, gesto que dejaba bien claro que decidían solos.
“Cada uno era su respectivo comité editorial”, los reunió en una frase Le Figaro. También los unió la muerte: fallecieron el mismo día. Otchakovsky fue víctima de la plaga del siglo, la carretera, a sus 73 años, en una isla francesa del Caribe; De Fallois se extinguió al cabo de 91 años de agitada vida intelectual.
“La tristeza de haber perdido a mi amigo, mi maestro y mi editor, Bernard de Fallois. Uno de los hombres más extraordinarios que he conocido. Marcó mi vida de manera indeleble, cambió mi destino. Le debo todo. Me faltará”, decía el tuit de Dicker, la última prueba del talento del editor para detectar lo que él llamaba “ese don raro de cautivar al lector y saber contar historias, algo más importante que el estilo o más bien que lo que se confunde con estilo, escribir bien”.
En su editorial de la calle de La Boétie –la misma en la que hace casi un siglo tuvo piso Picasso en su época de marido, mundano y dandy-, sin placa en el portal y con minúsculo trozo de papel con un diminuto Éditions Bernard de Fallois junto a su puerta del primer piso, el editor cautivaba con su conversación inteligente. Y aparentes boutades como la de afirmar que para ejercer bien su oficio era necesario carecer de personalidad.
Es decir estar abierto al mundo, lo que le permitió en su fondo de más de 800 títulos hacer coexistir a Marcel Pagnol con el cardenal Jean-Marie Lustiger, a su amigo George Simenon con la académica Jacqueline de Romilly, a Roger Peyrefitte y sus testimonios sobre de Gaulle, con Raymond Aron.
Decisión tardía, pero adoptada tras una carrera en la edición como propulsor del Livre de Poche (bolsillo), que le llevó hasta la presidencia de Hachette, de Fallois fundó su editorial a los 61 años, en 1987.
Seis años antes, el filme inspirado en una novela de Jean-Marc Robert, también editor, fue la comidilla del mundo de la edición porque en el personaje interpretado por Michel Piccoli era reconocible De Fallois. Es decir, un ejecutivo “de una energía desbordante, autoritario, brillante, inteligente, seductor y muy entrometido en la vida de sus colaboradores”, según la descripción de Le Monde.
Pero si la muerte y una forma de asumir el oficio e incluso el interés compartido por la cosa política permiten referirse a los dos editores en común, sus orígenes, gustos, fondo e inclinación política los distinguen. Hijo de militar y más bien de derechas, De Fallois fue un sostén activo de Valéry Giscard d’Estaing, elegido presidente en 1974.
Cuatro años más tarde, P.O.L., todavía colección de Hachette, pero ya obra exclusiva de quien le había dado sus iniciales, sacudía el avispero con La vie, mode d’emploi, pronto libro de culto. En 1983 P.O.L. se transforma en editorial independiente. Y en 1985, con La Douleur, de Marguerite Duras, tiene su primer best sellers. Caso raro en el medio, Paul como lo llamaban sus autores, tan fieles a P.O.L. como la editorial lo era con ellos, se negaba a retrabajar los textos.
“Nadie imagina que un marchante de cuadros le diga al pintor que ponga un poco más de bermellón aquí, de verde allí. Yo acepto o no un libro. Y si algo me parece disonante lo comento con el autor, que lo modifica o no. Un libro es un organismo vivo. Cuando uno lo relea tres años más tarde descubrirá nuevos pasajes que había pasado por alto. Por lo tanto hay que ser prudente. Yo sólo soy quien pasa
Entre las obras de la editorial P.O.L. destaca el éxito de ‘La vida instrucciones de uso’, de Georges Pérec
el testigo, del autor al lector”.
Curiosamente, este editor fascinado por el estilo más que por las historias, reacio a toda especulación, que leía manuscritos sentado en el suelo de la editorial, sobre una alfombra de juncos, cosechó los mayores premios, con autores tan diferentes entre si como Emmanuel Carrère, Atiq Rahimi, Camille Laurens, Marie Darrieussecq, René Belleto, Martin Winckler o Mathieu Lindon. Su mayor orgullo: “demostrar que mi editorial no tiene una línea, sino autores”.
Fue Lindon precisamente (hijo de otro editor de minorías mayoritarias, Jéôme Lindon, el de Minuit) quien reveló, tras “la muerte de Paul” que “sus autores hemos recibido mensajes de condolencia enviados por aficionados a la literatura francesa contemporánea. Como si todo el mundo se planteara la misma pregunta, cuya formulación puede parecer egoísta, pero que dice más bien hasta que punto Paul Otchakovsky-Laurens se fundía con sus vidas y sus obras. Y esa pregunta era: ¿Qué será de mi?”.
Curiosa coincidencia con el tono del tuit de Dicker sobre De Fallois.