El fondo reseva de la Uversitat de Barcelona desempolvado una c ntena de libros antiguos que expone en el Museu d’Història de Catalunya.
El fondo de reserva de la Universitat de Barcelona ha desempolvado una cuarentena de libros antiguos y emblemáticos que recogen el saber de la ciencia y la cultura de nuestros antepasados y los presenta en una exposición del Museu d’ Histò ria de Ca tal un ya
Primero se desmonta el libro. Después se separan las hojas. Se lava, se pule. Se rellenan con pasta papel, de color similar al original, los túneles que han dejado los gusanos. Finalmente, se ordenan las páginas, se envuelven con el pergamino original que lo ha cubierto durante cientos de años y se cosen las cabezadas. Listo para ser abierto, consultado y conservado en los próximos siglos. Así es el proceso de restauración. Hoja a hoja. En el taller de restauración del Centro de Recursos para el Aprendizaje y la Investigación (CRAI) de la UB, que custodia 150.000 ejemplares, trabajan dos personas. O más si el libro tiene la suerte de ser apadrinado. Neus Verger dirige el fondo de reserva, uno de los más importantes de Europa, donde se conservan manuscritos, incunables y obras de conventos y monasterios desde el siglo XI. Resultan fascinante sus explicaciones. Cómo, por ejemplo, los viajes que se realizaban por motivos comerciales, políticos, evangelizadores o científicos creaban nuevo conocimiento que quedaba por escrito. En la edad moderna los libros cabalgaban a lomos de caballos, transportados a los monasterios desde los principales centros de impresión de Europa. Los talleres de imprenta, en plena efervescencia, se especializaban. Como el taller Venecia, que imprimía sólo en hebreo, y que se conoce por su sello, el templo de Jerusalén. O el de la Propaganda Fide de Roma, con tipografía de alfabetos no latinos, correspondientes a lenguas lejanas que conocían los misioneros de Oriente. Habla de estirpes de familias de impresores que aún existen. También de adinerados chiflados que pagaban fortunas por lujosas encuadernaciones. O cronistas de viaje que se hacían acompañar por dibujantes. Verger reivindica la riqueza de todo este legado. E l Museu d’Història de Catalunya parece estos días un cofre de joyas bibliográficas. “Estudiar estas obras requiere tiempo. No se puede ir con prisa. Construir saber exige paciencia, como la de aquel botánico que tardó 35 años en escribir un herbario. Quizás esa obra, como las demás, tiene algo que contarnos”.