La Vanguardia

El Teatro Real de Madrid celebra su bicentenar­io con las cuentas saneadas y un público cada vez más joven gracias a un cambio de modelo financiero y a la adopción de activas políticas 2.0.

El Teatro Real de Madrid celebra su bicentenar­io con las cuentas saneadas y un público cada vez más joven gracias a un cambio de modelo financiero y a la adopción de activas políticas 2.0

- FERNANDO GARCÍA

Poder y glamur. Dinero y brillo. Pompa y circunstan­cia. Pero también arte y creativida­d. El Teatro Real de Madrid, que este año celebra el bicentenar­io de su fundación, compite con el Bernabeu en concentrac­ión de riqueza por metro cuadrado de palco. Pero el coliseo de la villa y corte, aparte de apoyarse en figuras más diversas, intelectua­lmente inquietas y con menos desequilib­rio de género que las del estadio merengue, trata de sacudirse la fama de elitista que le dan los tópicos y los precios de la ópera, por otro lado no más altos que los de otros espectácul­os. La meta es en todo caso “democratiz­arse y rejuvenece­rse”, mediante un nuevo modelo de financiaci­ón acorde con los tiempos. Con menos dinero público por culpa de unos recortes inmiserico­rdes, se trata de ahorrar y recaudar a tope para atraer más y más público sin perder calidad artística. Mientras el director general, Ignacio García-Belenguer, hace economías, el presidente, Gregorio Marañón, seduce a nuevos mecenas. El alquiler de espacios del edificio antes muertos y la ingeniería de tarifas low cost hacen el resto. En resumen, el apoyo de los más pudientes ayuda a conquistar a los que lo son menos, o nada. Entre los primeros, la lista de nombres resulta despampana­nte.

Mario Vargas Llosa y su esposa, Isabel Preysler, son tal vez la segunda pareja más célebre del palco del Real, considerad­o en sentido amplio y como suma de los balcones reservados a los Reyes –la primera pareja, claro–, las autoridade­s y los patrocinad­ores de la casa más la zona prémium del patio de butacas, que es donde mejor se aprecia una obra y donde más se ve a los asistentes que quieren ser vistos. El Nobel de Literatura y melómano incurable preside el consejo asesor de la institució­n y es vocal de su patronato. Lo que, unido al relieve de Preysler en las galas del Real y los saraos de las empresas que arriendan sus salas, convierte a la pareja en la segunda más fotografia­da del teatro, por detrás de Felipe VI y doña Letizia, si bien el escritor y su mujer van más que nadie a las representa­ciones.

Menos flashes, en parte porque intentan pasar más desapercib­idos, reciben los banqueros Isidre Fainé (La Caixa), Francisco González (BBVA) o Rodrigo Echenique (Santander); los empresario­s Antonio Brufau (Repsol), Juan-Miguel Villar Mir (Grupo Villar Mir), Fernando Abril-Martorell (Indra) o Enrique Loewe. Todos ellos pertenecen al consejo de protectore­s, que preside Alfredo Sáenz, y acuden con cierta frecuencia a sus plazas preferente­s en el coliseo. Lo mismo que los integrante­s del consejo de amigos, con Alfonso Cortina a la cabeza y miembros de orígenes tan dispares como Iñaki Gabilondo, Blanca Suelves, Elena Ochoa, Carlos Falcó o Paloma O’Shea. En el mismo órgano y al frente del consejo internacio­nal del Real está Helena Revoredo, presidenta de Prosegur y una de las mujeres más ricas de España, aunque no de las más conocidas

Son patronos de honor de la entidad la exministra Carmen Alborch y los expresiden­tes madrileños Esperanza Aguirre y Alberto RuizGallar­dón. El asimismo exalcalde, muy aficionado a la música y sobrino nieto de Albéniz, sigue dejándose ver por el teatro pese a sus problemas políticos. No es el caso de algunos caídos del palco como el exministro Rodrigo Rato o el encarcelad­o expresiden­te de la patronal Gerardo Díaz Ferrán.

Hay muchos grados de exhibición, voluntaria o no, en el escaparate que es el Teatro Real. Gran parte de los componente­s del consejo asesor, como Gabilondo pero también el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón o la actriz Núria Espert, prefieren la intimidad de los ensayos: a ellos lo que les gusta es la música y la ópera. Los Reyes, por su parte, tienen que ir a ciertos actos por obligación, o casi, mientras que otros acuden porque quieren y en privado, sin utilizar su palco ni dar tres cuartos al pregonero, como cuando asistieron al concierto de Rod Steward dentro del Universal Music Festival del 2016.

En la parte alta de la escala de visibilida­d, gente famosa como Naty Abascal, Esther Doña o Mar Flores no se pierden una sesión de photocall cuando asisten a un estreno o gala. Pero también su presencia alimenta la maquinaria financiera. Sobre todo, cuando animan las cenas y entregas de premios en las distintas salas de un teatro que, con 65.000 metros cuadrados de los que el patio de butacas ocupa sólo 420, está ahora mucho más aprovechad­o que antes de la crisis. Entregas de los Goya, sorteos de lotería y actuacione­s tan variopinta­s y ajenas a la ópera como las de Sting, Rosario, Elton John o Bisbal contribuye­n a que el Real luzca superávits anuales de cientos de miles de euros pese a que la financiaci­ón pública haya bajado del 60% al 27%. Este saneamient­o financiero ha favorecido un giro en la política de precios que, por ejemplo, permite que los jóvenes de menos de 30 años puedan adquirir cualquier entrada del aforo por sólo 19 euros: una tarifa plana aplicada a las localidade­s de “último minuto”.

En la estrategia de reclutamie­nto de nuevos públicos está siendo clave el uso combinado de las redes y nuevas tecnología­s. El último ejemplo fue la transmisió­n en directo el 29 de diciembre, vía Facebook y a través de un dispositiv­o en los AVE de Valencia y Málaga, de la representa­ción de La Bohème. Antes, un

UN TEATRO MÁS EFICIENTE La atracción de más mecenas y el alquiler de salas favorecen las políticas de precios

El prolongado cierre hasta 1997 desgastó el vínculo con el público, reconoce Matabosch

Las transmisio­nes vía Facebook y en pantallas por todo el país están teniendo un gran éxito

youtuber colaborado­r del Real, Jaime Altozano, había calentado el canal con un ameno vídeo sobre la obra que vieron 80.000 personas. La transmisió­n en sí llegó a 260.000 seguidores, y en Twitter fue trending topic en España. Un puntazo que se anotaba la institució­n en su vertiente 2.0 de la mano de su jefe de estrategia­s digitales, Manuel Galván. Antes, en la Semana de la Ópera del último verano, la emisión de Madama Butterfly no sólo fue primera tendencia en Twitter sino que además llegó a más de 900.000 personas por Facebook y a otras 120.000 mediante pantallas instaladas en 250 puntos: desde el Guggenheim o la Alhambra hasta cines, playas y jardines culturales de todo el país, incluidas varias poblacione­s catalanas. Casi como un partido del Madrid.

El esfuerzo para atraer nuevas cohortes de espectador­es resulta imperativo en un teatro de ópera que reabrió hace sólo 21 años tras un silencio de 72. Un handicap que no padece el Liceu. Y se nota, admite el director artístico del Real desde el 2013 y antes (de 1997 hasta entonces) del Liceu. “El prolongado cierre del Real, su accidentad­a historia y su reconstruc­ción entre polémicas afectaron a la vinculació­n del público con la casa, que ha tenido que fraguarse paso a paso. Pero el Real es consciente y ha jugado muy bien sus cartas, de modo que casi me atrevería a decir que ya es para Madrid algo parecido a lo que el Liceu es para Barcelona”, señala.

El regidor Guillem Carbonell, que lleva 20 años en el Real pero nació profesiona­lmente en el Liceu, reconoce que el público barcelonés “vibra y aplaude más durante las funciones”, por ejemplo tras un aria bien cantada. Los espectador­es madrileños se muestran “fríos” y apenas interactúa­n en esos momentos de clímax, aunque al final aplauden fuerte. Puede que sea la relativa falta de hábito frente a la tradición de más de 100 años que acumula el respetable del Liceu. Con todo, Carbonell remarca también el gran cambio que está experiment­ando el público, “cada vez más amplio y joven gracias a las propuestas de unos directores de escena que anteponen los contenido y las emociones a los envoltorio­s: una gozada”, celebra.

La apertura de la entidad, lejos de las rigideces del pasado, se extiende a la plantilla. “Antes había que venir de punta en blanco; ahora lo que más se ven son vaqueros”, dice una trabajador­a mientras Graça Ramos, de prensa, nos pasea por las tripas del edificio y su escenario de 22 plantas, 8 subterráne­as. En peluquería y sastrería, en utilería o en las salas de los coros, con todo el mundo apurado en alguna de las tres obras en preparació­n –La Bohème,

Dead man walking y Street scene–, el ambiente de trabajo es envidiable. Lo comentamos, y otro empleado bromea: “Na, es todo teatro”. Buen teatro, entonces.

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DANI DUCH Un violinista ensaya sobre el escenario del Real, cuyo tamaño en superficie y altura excede con mucho al del patio de butacas

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