Las grandes potencias utilizan a Samoa, Fiji y Tonga como cantera, incluso para sus selecciones, pero no dan nada a cambio.
Las grandes potencias utilizan a Samoa, Fiji y Tonga como una formidable cantera, incluso para sus selecciones. Pero no dan nada a cambio
Puede decirse que en las islas del Pacífico hay un problema de corrupción, mala administración e injerencia política en el deporte (algo de lo que, por otra parte, también se acusa a España respecto al fútbol). Puede decirse que no es normal que el presidente de Samoa sea al mismo tiempo el presidente de la federación de rugby del país. Pero en el fondo se trata de una cuestión de intereses, de dinero, de egoísmo y de abuso de poder.
El rugby de Fiji, Tonga y sobre todo Samoa está arruinado, hasta el punto de que la reciente gira de esta última selección por Inglaterra y Escocia corrió peligro hasta el último momento porque no había dinero ni para pagar a los jugadores. Y no es que cobren precisamente mucho. Por romperse el pecho contra los ingleses percibieron 700 euros por cabeza, mientras que cada uno de sus rivales se embolsó 25.000. A eso se llama desigualdad.
Puede que el rugby esté mal gestionado en las islas de la Polinesia y la Melanesia, pero es que no hay más cera de la que arde. La pobreza es endémica, el salario mínimo es de 400 dólares al mes; el paro, masivo; los estadios, pequeños (capacidad máxima 10.000 espectadores), y todo jugador que se puede marchar lo hace. Sobre todo, a Nueva Zelanda, que está más cerca. Pero también a Australia, a Gran Bretaña y Francia... Tan sólo en el Reino Unido hay quinientos jugadores registrados con origen en Fiji, Tonga o Samoa. Manu Tuilagi, Nathan Hughes y los hermanos Vukipola son internacionales ingleses. Taulupe Felatau es galés. Bundee Aki es irlandés. Tevita Kuridrani es una de las estrellas de los wallabies.
Las grandes potencias del rugby, para beneficiarse de esa cantera de las Islas del Pacífico (uno de cada tres habitantes está inscrito como jugador de rugby), ponen todo tipo de facilidades para que sean contratados en sus equipos e incluso puedan jugar en la selección, simplemente por residir en el país. Pero a cambio no dan nada, o muy poco. Cuando Samoa, Fiji o Tonga van de gira, no cobran más que los gastos del viaje, y eso que un partido en Twickenham, por citar un ejemplo, genera ingresos de 12 millones de euros. La regla es que todos los beneficios son para el de casa. Pero ni Inglaterra, ni Francia, ni Australia van nunca a jugar a Apia, Nuku’alofa o Suva. Prefieren usar a los polinesios como sparrings.
La Federación Internacional de Rugby ha contribuido con un millón y medio de euros a aliviar la crisis de Samoa, pero alega que los problemas se deben a que el dinero es mal administrado. En cualquier caso, la situación es tan crítica que en vísperas del partido en Twickenham las autoridades inglesas dieron 80.000 libras a los samoanos, y los jugadores estudiaron una donación de su propio bolsillo tan sólo para retractarse, persuadidos por las autoridades de que el gesto podría ser mal interpretado (sobre todo, si el contrario recibía una paliza, como ocurrió), y que podría tener consecuencias fiscales nefastas para los beneficiarios.
Ya de por sí pobres, el cambio climático afecta muy gravemente a las Islas del Pacífico, donde el nivel de las aguas sube cada año, comunidades costeras que viven de la pesca corren el riesgo de desaparecer, aumentan enfermedades como la malaria y el dengue, las barreras de coral que atraen el turismo se erosionan, los ciclones son cada vez más dañinos y la gente vive bajo un considerable estrés. “Es lógico que a cualquier chico que le ofrezcan una oportunidad en Nueva Zelanda o Europa se agarre a ello como a un clavo ardiendo. Con lo que le pagan puede vivir como un rey en Bayona, Auckland o Swansea, hacerse una carrera y mandar dinero a casa para toda la familia”, dice Billy Vunipola, que vino a Inglaterra de niño y juega en los Saracens de Londres.
Samoa, Fiji y Tonga se consideran la segunda división del rugby, pero están presentes en casi todas las fases finales de los mundiales (una quinta parte de los jugadores que participaron en el último eran de origen polinesio o melanesio), a veces llegan a los cuartos de final, y no es raro que derroten a potencias como Francia, Argentina, Escocia y Australia. Los all blacks no serían lo que son de no ser por las importaciones de los archipiélagos vecinos. Pero aun así el mundo del rugby está más interesado en expandirse a países como Estados Unidos, China y Japón que en ayudar a las Islas del Pacífico.
Los grandes del rugby podrían acceder a un reparto más equitativo de las ganancias y a crear las condiciones para que los 250.000 jugadores de Samoa, Fiji y Tonga pudieran quedarse en casa y reforzar sus selecciones. Pero prefieren ordeñar la vaca hasta que deje de dar leche.
DESEQUILIBRIO Por jugar en Twickenham cada jugador de Samoa cobró sólo 700 euros; cada inglés se embolsó 25.000
POBREZA El salario mínimo en las islas del Pacífico es de dos euros la hora, y quien gana 400 euros al mes es afortunado