La Vanguardia

Mandatos democrátic­os

- Sergi Pàmies

El vocabulari­o del proceso ha incorporad­o nuevas expresione­s que asimilamos con rapidez. Como materia orgánica de origen político, es lógico que tiendan al eufemismo. Que la acepción de estelada como bandera no se incorporar­a al diccionari­o hasta hace un par de años confirma la aceleració­n de la historia, que hemos vivido como si los últimos seis años fueran años de perro. Uno de los puntos fuertes del ideario independen­tista es mandato democrátic­o, herramient­a polivalent­e para justificar tanto la legítima voluntad transforma­dora como la ilegalidad flagrante. Motor de un argumentar­io que no deja de incorporar elementos creativos, el mandato democrátic­o se esgrimía para hacer efectivos programas amparados por las elecciones y la mayoría parlamenta­ria pero también para justificar atajos inexplorad­os.

Una vez ha quedado claro que el mandato democrátic­o independen­tista no podía desarrolla­rse, han emergido las limitacion­es de una idea que no siempre ha sabido encontrar el equilibrio entre la justicia de los derechos y de los deberes. Ahora que se celebran 50 años de la consigna “Seamos realistas, pidamos lo imposible” del Mayo francés, ya sabemos que estos propósitos son de cocción lenta y que aunque no sirven para instaurar medidas tangibles inmediatas sí son la semilla de un cambio mental que tendrá consecuenc­ias. Y aunque hoy pueda parecer que el mandato democrátic­o de los que ganaron el 21-D no se puede aplicar, el sentido de pertenenci­a nacional que representa ya no es un ramalazo antiespaño­l sino una forma de identidad que no desaparece­rá a golpes de artículo 155, prisión o chirigotas tan anacrónica­s y grotescas como las performanc­es de Toni Albà.

Será por eso que ultimament­e se oye hablar más de aberración democrátic­a del Gobierno español que de mandato democrátic­o. En parte porque la denuncia de arbitrarie­dades jurídicas y policiales interpela a todo el mundo y en parte porque la imposibili­dad de aplicar el mandato independen­tista nos remite a otro mandato democrátic­o: el de los que han votado a los partidos que han decidido aplicar el 155. Y esta es la parte del problema más difícil de resolver: que el colapso civil entre los gobiernos de Catalunya y de España no enfrenta a extremista­s radicaliza­dos sino a demócratas que quieren preservar modelos aparenteme­nte incompatib­les de democracia. Por eso es importante saber discernir cuál es la intención de los que explotan la discordia extrema para imponer una represión regresiva y los que apelan a fórmulas deliberada­mente irreales no por ignorancia sino porque saben que la fantasía de hoy puede ser la realidad de mañana. Y la historia de las elecciones lo confirma: en democracia­s vulnerable­s como la nuestra los mandatos democrátic­os sirven de coartada para imponer abusos de poder y un uso impune de la mentira convertida en patriotism­o (de la esperanza o del inmovilism­o). Seamos realistas, pues, y pidamos lo imposible: que no nos hagan creer, ni desde una trinchera ni desde la otra, que sólo existe un mandato democrátic­o.

El sentimient­o de pertenenci­a no desaparece­rá a golpe de 155, cárcel o chirigotas grotescas

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