Una paz creativa para los emigrantes
Actualmente hay más de 250 millones de emigrantes en el mundo, 22 millones y medio de los cuales son refugiados, es decir, personas de todas las edades y continentes que buscan un lugar donde vivir en paz. Y para encontrarlo, se arriesgan con viajes largos y peligrosos. Es tarea humanitaria y cristiana que con espíritu de misericordia, queramos abrazar a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza o la degradación ambiental. Con atención a las sensibilidades de las sociedades acogedoras y con prudencia, ciertamente, pero el papa Francisco insiste en que se tiene que “acoger, proteger, promover e integrar” a los emigrantes y refugiados, estableciendo medidas prácticas que ofrezcan prosperidad material y los bienes del espíritu, y remarca que hay que sentir en nuestro propio corazón el sufrimiento de los demás y trabajar, con un compromiso de ayuda y de generosidad. Es bueno remarcarlo en la jornada mundial del Emigrante y el Refugiado que hoy se celebra.
Los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales, pero las personas también emigran por el anhelo de una vida mejor, y poder dejar atrás la desesperación de un futuro imposible de construir. Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación, para poder disfrutar de estos derechos, y vivir en paz. Hará falta mucha comprensión con las vías que emprenden. No tenemos que detenernos en los riesgos, que seguro que hay, pero hay que aportar una acogida por dignidad humana, que los dignifique a ellos y a quienes los acogen. No son una amenaza; mirémoslos con confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz, ya que formamos una sola familia. También aportan la riqueza de su valentía, energías y aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Y es bueno recordar que también nosotros fuimos pueblo de emigrantes, y que una de las canciones más dulces y conocidas es L’emigrant, obra coral con texto de mosén Cinto Verdaguer y música de Amadeu Vives, dedicada al Orfeó Català y estrenada en 1894, que con el tiempo se ha convertido en un canto patriótico nostálgico, representativo de la identidad nacional catalana.
Pensando en la promoción de la paz el papa Francisco ha propuesto cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar los emigrantes y refugiados. “Acoger” con entrada segura y legal amplia, sin persecución o violencia, equilibrando la preocupación por la seguridad con la protección de los derechos humanos. “Proteger” en origen, en el viaje y en el destino, reconociendo y garantizando la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real, en busca de asilo y seguridad, evitando, su explotación. “Promover”, que tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral, en todas las dimensiones de la persona humana, sin olvidar la dimensión religiosa. E “integrar” en el sentido de facilidad la cultura del encuentro, trabajando para que participen plenamente en la vida de la sociedad que los acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda.
El 1 de enero, el Papa reclamaba una paz creativa hacia los emigrantes y refugiados y proponía a todos los estados dos pactos internacionales: un acuerdo por una emigración segura, ordenada y regulada; y otro, sobre refugiados. Servirían para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Y pedía que estuvieran inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.
En el día mundial del Emigrante y el Refugiado hay que exigir una política y unas medidas concretas