¡Adiós, señor Balañá!
PEDRO BALAÑÁ FORTS (1924-2018)
Adiós, señor Balañá! ¡Adiós, estimado cubano! (Para nosotros siempre lo ha sido y así lo hemos considerado). Nos conocimos en los alrededores de la Semana Santa de 1990. Estábamos representando Cómeme el coco, negro en el teatro Victòria y por compromisos del teatro nos teníamos que marchar cuando teníamos las funciones llenas hasta los topes. Impetuosamente decidimos buscar otro teatro a la desesperada. Fuimos a su despacho para pedirle el teatro Borràs. Recordamos su cara de sorpresa, con una sonrisa bajo la nariz, mientras le explicábamos nuestras intenciones.
Nos dijo que no, que lo tenía ocupado. Inocentemente le propusimos: “¿Señor Balañá, y otro local, aunque no sea un teatro? A Can Pistoles, ¿por ejemplo?”. Rápidamente y con un gesto más serio nos rectificó: “No se llama Can Pistoles, se llama cine Capitol¡, y además, estamos haciendo obras!”. ¡“Pues pare las obras! Y en medio de las obras nosotros haremos teatro durante cuatro meses!”, le contestamos, ya que en el teatro Victòria simulábamos un patio de butacas en obras. Y mientras le explicábamos cómo lo haríamos, la sonrisa debajo la nariz desapareció y su cara de sorpresa se iba convirtiendo en una cara de incredulidad por todo aquello que estaba escuchando...
Como somos pesados por naturaleza insistimos, intentando que aceptara la locura que le proponíamos. Al final, y para quitársenos de encima, nos dijo: “¡Ya me lo pensaré!”. Al cabo de tres días nos llamó para volver a hablar. Nos dijo que sí.
Acabamos las funciones del teatro Victòria el domingo de Ramos y el lunes de Pascua ya estrenábamos en el improvisado teatro Capitol. ¡Fue un éxito! Estuvimos hasta el mes de julio, ya que teníamos que cumplir con una gira que teníamos programada. ¡“No la hagáis! ¡Quedaos! Una cosa cuando funciona no se tiene que tocar”, nos advirtió. Aunque nos ofreció unas condiciones muy favorables, no le hicimos caso y nos marchamos de gira. Nos hemos arrepentido toda la vida. Él continuó las obras y al cabo de un mes inauguró las dos salas del cine Capitol, que acabaron siendo un teatro al cabo de unos años.
Desde aquel momento empezó una relación que ha durado casi treinta años. En 1994 nos volvió a abrir las puertas del cine Tívoli para hacer Cegada de amor y desde entonces el Tívoli no ha dejado de ser teatro. Hicimos allí Una nit d’òpera (2001) y Campanades de boda (2012 ). Inauguramos el teatro Coliseum con la reposición de Cómeme el coco, negro (2007) y hemos vuelto para celebrar el décimo aniversario como teatro, en el 2017, con Gente bien. También hay que decir que en el 2006 cerramos el teatro Novedades, ahora destruido, con las funciones de Mamá, quiero ser famoso.
Han sido treinta años en los que ha existido una relación especial con él, con mutua admiración y que siempre recordaremos con agradecimiento, simpatía y cariño por muchas razones. Las bases de nuestra relación fueron claras desde el principio y se construyó una relación de simbiosis entre el empresario y la compañía teatral. No nos engañó nunca, creó una relación de complicidad, amistad y plena confianza. Para entenderlo en un ejemplo: durante todos este años, La Cubana nunca ha firmado un contrato con él. Por encima de todo han existido el compromiso y la palabra, rubricándolo con un buen apretón de manos. Lo que se había hablado iba a misa. ¡Era un empresario de los de antes, de los que ya no hay!
Se tiene que agradecer al señor Balañá su gran aportación a la cultura y el entretenimiento de este país, que no sólo se construye desde las instituciones públicas. A veces se confunden los términos.
Para nosotros ha sido un gran empresario y también un buen consejero. Siempre nos ha gustado contarle nuestras locuras antes de empezar un proyecto. Aunque él siempre decía que él no entendía de teatro y que nosotros éramos los entendidos. ¡Pero no era así! ¡Entendía, y mucho! Al final sin que se notara mucho nos acababa dando
“¡Pues pare las obras! Y en medio de las obras nosotros haremos teatro cuatro meses!”, le pedimos
su opinión. Siempre acertaba. No recordamos que nunca se hubiera equivocado.
Echaremos de menos las reuniones en su despacho, que eran un placer y duraban horas y horas, donde todos quedábamos embelesados escuchando sus experiencias con el cine, los toros, el teatro; y sobre todo cuándo explicaba cosas de su padre, de quien él se sentía orgulloso de haber aprendido todo lo que sabía.
Muchas gracias por todo, señor Balañá. ¡Le echaremos de menos!