Oscuro horizonte
El sombrío balance del primer año de mandato de Donald Trump; y la creciente incertidumbre sobre la organización del Mundial de fútbol 2022 por Qatar.
EL presidente Donald Trump pronunció, hoy se cumple un año, su discurso inaugural en las escalinatas del Capitolio de Washington DC bajo la idea de “América primero”, un principio que ha defendido a capa y espada y cuya bondad sólo podrá ser juzgada al término de su mandato dentro de tres años. Personalidad propicia al blanco o negro, el 45.º presidente de Estados Unidos llegó a la Casa Blanca con la cuestionable filosofía de que el progreso del mundo existe a costa del bolsillo de sus compatriotas, como si los intereses de EE.UU. y los del resto del planeta fuesen incompatibles.
El balance de estos doce meses exige empezar con la personalidad de Donald Trump, tan excepcional en la historia reciente de Estados Unidos. Contra viento y marea, contra rivales republicanos mejor preparados y contra una candidata de la talla de Hillary Clinton, este empresario hizo gala de ser un completo outsider, ajeno a cargos públicos y dispuesto a introducir criterios empresariales en la administración pública de la que nunca ha tenido un concepto elevado. Su elección fue un mensaje a la humanidad: los vientos favorecen el populismo como respuesta a la insatisfacción de unas clases medias que empiezan a vivir peor que sus progenitores. El electorado de Trump no tiene derecho a decirse decepcionado: gobierna con el mismo ímpetu, los mismos tuits y las mismas salidas de tono de siempre. Nadie podrá rasgarse las vestiduras.
Este primer año en la Casa Blanca ha confirmado la importancia de los contrapoderes en todo sistema democrático. El presidente Trump asustaba a quienes desconocen la fortaleza de Estados Unidos, basada en los contrapesos, que escapan al control presidencial como el legislativo o el judicial, con el refuerzo de las competencias propias de los diferente estados. Estados Unidos no es Rusia, y estos doce meses han demostrado la sabiduría democrática para limitar excesos, salidas de tonos o tentaciones autoritarias del inquilino del 1600 de la avenida Pensilvania de Washington DC.
Si juzgamos un mandato presidencial por la fidelidad a las promesas electorales, Donald Trump está cumpliendo su palabra: America, first. Sin necesidad de cumplir las promesas sobre muros fronterizos, deportaciones multitudinarias de inmigrantes en situación irregular o sanciones comerciales a competidores como China, Japón o Alemania, la economía de EE.UU. bajo la presidencia de Donald Trump va viento en popa. Han sido creados 2,1 millones de empleos estos doce meses, el ritmo de crecimiento supera el 3% y el desempleo registra la tasa más baja de los últimos 17 años. A modo de regalo de aniversario, Apple pagará por lo pronto 38.000 millones de dólares al fisco en concepto de impuestos por la repatriación de capitales tras los recortes fiscales de Donald Trump. Eso y los planes de la compañía para crear 20.000 empleos en EE.UU. –y no en Singapur, China o India– refuerzan la credibilidad del presidente ante sus electores blancos y de clase media venida a menos.
Ya queda un año menos de mandato de Donald Trump, un presidente poco efectivo y nada diplomático en las relaciones exteriores –el reciente aplazamiento de su visita a Londres es elocuente–, donde su mayor impronta consiste en paralizar los acuerdos nucleares con Irán y poner todos los huevos en Oriente Medio en la cesta de Israel y Arabia Saudí. Europa, por cierto, no es un plato del gusto presidencial.