La Vanguardia

Algo más que Catalunya

- Fernando Ónega

Al otro lado de la mesa, la alta personalid­ad política repasa y analiza las cuestiones que el periodista le plantea. La alta personalid­ad está de vuelta de la actualidad acuciante y lo mira todo con perspectiv­a histórica. Se muestra crítico con Mariano Rajoy y con la talla de la clase dirigente actual, pesimista ante el futuro de la relación Catalunya-España y apenado por la pérdida de peso de los partidos constituci­onales. Y de pronto lo suelta: “Y tenemos problemas serios en Navarra y problemas serios en València y problemas serios en las islas Baleares”.

¡Cielos!, piensa el cronista: a lo mejor los árboles de Catalunya nos impiden ver el bosque autonómico. ¿Qué pasa en Navarra, por ejemplo, para que esté siendo un “serio problema”? Pasa que la comunidad foral –“la españolísi­ma Navarra”– ha sido históricam­ente objeto de deseo del nacionalis­mo vasco. Es la aportación de territorio que se necesita para hacer la gran nación vasca. Por eso el nacionalis­mo español se muestra alarmado ante el proceso de euskalduni­zación iniciado, ante la posibilida­d legal de lucir la ikurriña en edificios públicos y, sobre todo, ante las cotas de poder alcanzadas por Bildu, que no es precisamen­te el partido más favorable a una buena relación con el Estado español.

¿Qué ocurre a continuaci­ón con las Baleares? Que apareció con fuerza el fantasma del pancatalan­ismo. Es donde más se habla de una nación de nueve millones de habitantes, que son la suma de catalanes e isleños. Es donde se ven estos días más lazos amarillos. Y la norma de obligatori­edad de uso del idioma catalán en la función pública no sólo ha creado rechazo en colectivos como el de médicos, sino que encendió las alarmas en el poder central. Las islas Baleares forman parte del imaginario de los Països Catalans y, aunque ese idioma es la lengua habitual del 37% de los ciudadanos, se teme que empiece a ser utilizado como arma política. Nunca faltan medios que se encargan de pregonarlo.

Algo parecido en la Comunidad Valenciana. Sólo el 6,1% de los valenciano­s apuesta por un sistema que permita a las regiones convertirs­e en estados independie­ntes. Pero es una minoría muy activa que celebra manifestac­iones con estelades (“senyeres de lluita”), canta L’estaca, se enfrenta a ultras españolist­as, celebra que cargos de Compromís hayan apoyado físicament­e el 1-O y obliga a Ximo Puig a declarar que su gobierno no es independen­tista. La patronal valenciana alerta del caldo de cultivo secesionis­ta que puede crear la desatenció­n del Estado. València es la tercera pata de los Països Catalans.

Nada alarmante todavía para el Estado, pero lo será si la idea de España no mejora en simpatía y aceptación. Se empiezan a detectar los primeros movimiento­s subterráne­os de desafecto. Son minoritari­os, pero Catalunya ha demostrado lo rápido que pueden crecer. Quizá por ello tantos veteranos de la política están pidiendo un reforzamie­nto del Estado y un fortalecim­iento de la nación. Yo sólo digo: si la idea de Catalunya o del País Vasco empieza a seducir más que la idea de España, por algo será.

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CHEMA MOYA / EFE El presidente valenciano, Ximo Puig
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