Taittinger para celebrarlo
Una de las protagonistas de Gent del barri –que TV3 emitió con éxito considerable– era una casera interpretada por la actriz Tracy-Ann Oberman. No recuerdo haberla visto en ese papel porque creo que irrumpió en aquel barrio ficticio a mediados de los noventa y en aquella época ya no miraba la serie. Ahora, Tracy-Ann Oberman es noticia porque no hace mucho fue al restaurante de Martín Berasategui en Tenerife. Pocas bromas con Berasategui: ocho estrellas Michelin entre todos los restaurantes que tiene esparcidos por medio mundo. Fue con su marido, el productor musical Rob Cowan. Se sentaron a la mesa y, en un momento determinado, Rob Cowan vio que ponían ante ellos un plato blanco en el que había una especie de receptáculo paralelepipédico, laboriosamente trabajado y anudado con una cuerda, en medio del cual había una textura blanca. El hombre cogió la textura en cuestión y se la llevó a la boca.
Era una servilleta húmeda, hinchada, de esas que se usan para limpiarse las manos o refrescarse. Los camareros lo miraron horrorizados. Estremecida, la actriz tomó una foto y la colgó en Twitter, con un texto que decía: “Esto es lo que pasa cuando reservas en un sitio con una, dos o tres estrellas Michelin y las servilletas están infladas con agua en un recipiente medieval”. Detallaba que lo sirvieron con una actitud reverencial que bordeaba el fervor religioso. La foto, que ha aparecido en muchos medios de comunicación, permite entender la confusión. ¿Cómo iban a saber que aquello era una servilleta y no un amuse-bouche, uno de esos platitos que muchos restaurantes sirven mientras esperas la llegada del primero? ¿Por qué no le llevaron la servilleta en un plato pequeño, como suele hacerse? Pues porque hace años que los restauradores cretinos empezaron una moda contra los platos que hace que te sirvan los macarrones en una cazuela Le Creuset, el guacamole en un tiesto, las alas de pollo en un pick-up de juguete y la sal y la pimienta en los orificios de un ladrillo. Yo he visto cosas que no creeríais: espaguetis servidos dentro de una jarra de cerveza, pan dentro de una zapatilla de estar por casa (limpia, eso sí), filetes de carne sobre un monopatín... La estupidización creciente de algunos restauradores ha provocado el nacimiento de una corriente contraria que lleva por nombre “We Want Plates” (queremos platos), que reivindica el uso de los tradicionales de porcelana o de cerámica, uno de los grandes avances de la humanidad.
Un día, a mediados de los noventa, fui a Les Feuillants de Ceret, cuando todavía era restaurante (dos macarons en la Michelin) y no la brasserie en la que se convirtió después. Está en el centro de la ciudad, en la plaza Picasso, cerca del Hôtel des Arcades. En la mesa éramos tres. Nos pusieron enfrente una tendalera de amuse-bouches de esos. Cogí uno y me lo llevé a la boca. Era de cerámica. Lo tenían para hacer bonito, no para que te lo comieras. Les Feuillants cerró definitivamente en 1998. Cuando lo supe descorché una botella de champán para celebrarlo.
Una vez sentados a la mesa pusieron ante ellos un plato blanco con un receptáculo laboriosamente trabajado