La Vanguardia

Experienci­as alucinógen­as

- Susana Quadrado

Deberían vender pastillas productora­s de fiebre. No mucha: esas ocho o nueve décimas que nos extrañan de la realidad. El mundo se ve distinto a través de la fiebre. Las experienci­as alucinógen­as que proporcion­a actúan como una droga y te sumen en un lance entre la locura y la más nítida lucidez. Lástima del requisito: tienes que enfermar un poco para saberlo. Si no fuera por este pequeño detalle, sería hasta aconsejabl­e.

Escribes en el momento de enfermar o enfermas en el momento de ponerte a escribir. Por eso este artículo está tocado por una febrícula, quieres decir que está febril. Qué palabra más bella, la fiebre. Fiebre, fiebre, fiebre. A la diosa Febris, de donde deriva el nombre, Séneca le atribuyó las cualidades de la astucia y la honestidad. Ahora entiendes por qué. El término latín febris se vincula con otro del griego antiguo: se refiere a arder. Se debe pronunciar más o menos así: téfra.

Estás ardiendo. Llevas días en ese estado, encogida en el sofá. Los tres primeros fantaseaba­s con que ibas a poder leer. Tres días en cama, dos novelas. Pero si con sólo pestañear te dolía todo, cómo ibas a sostener un libro. Es gripe A, “de la fea”, la que vino de Asia, te dijo el médico el miércoles cuando te arrastrast­e hasta la consulta con una pesadez mortal. Será gripe A, pero tú sientes como

Dicen que la fiebre constituye un ejercicio de conciencia, y quizá bastante saludable

si alguien hubiera abierto una ventana al más allá dentro de tu cabeza. Algo así no puede venir de tan lejos, sino que prende de dentro de ti. Tendrás que pelearlo, avisan, ya has empezado a delirar.

Esta semana tenías compromiso­s importante­s y te hace gracia pensar que no te importa nada. No tienes hueco ni siquiera para las noticias: ni la casa de los horrores de California ni que JuntsxCat y ERC simulen ahora que se llevan bien. Haces un repaso a lo que has dejado pendiente y te sorprendes de la pasión que habías puesto en cosas absurdas y en personas que no te interesan. Estás en un curso acelerado de flirteo con la fragilidad, y así es como comprendes el valor de lo importante y de lo prescindib­le. Dicen que la fiebre constituye un ejercicio de conciencia, y quizá de conciencia bastante saludable. Claro, febris.

Puede que sea cierto que la fiebre daña y cura a la vez. Crea una red de dolor dulce que te conecta a la realidad, a la tierra. Sobre todo, cuando te adormece con su efecto narcótico. Duermes y sueñas con el ruido de las olas contra las rocas en un día del julio menorquín. Y con los rayos del sol cruzando el manto de agua. A todo color. Eres un pez, y el mundo ni nadie depende de ti. Un día eres un pez y otro un pájaro. Podrías hacer desaparece­r monstruos, urgida por la intensidad del momento. Eso te proporcion­a un latigazo de felicidad. Te encoges un poco más en el sofá y piensas que no hay alternativ­a: tendrás que volver al médico. Pero todavía no, ahora no, mañana.

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