La Vanguardia

Ceremonias que suavizan espacios

- JORGE DE PERSIA

Hoy las salas de concierto son de alguna manera similares a las de los grandes museos; por estas se van exponiendo cuadros y obras diversas, como testimonio de la belleza, y como páginas de la historia. La sala del auditorio, de forma más dinámica –ya que la música es una expresión en cierto modo más efímera que la mirada de un cuadro– nos trae también muestras de la historia en forma de páginas de concierto.

Curiosamen­te, ahora la producción contemporá­nea está cada vez más limitada a espacios marginales. No era así en tiempos pasados, como vemos en esta propuesta de Robert King, llevada al disco hace tiempo. King ha representa­do en esta ocasión las músicas utilizadas en la coronación del Rey Jorge II que tuvo lugar el 11 de octubre de 1727 en la abadía de Westminste­r. Ciertament­e no era un concierto pero la música debía de subrayar lo trascenden­te y, a tal efecto, los textos son de carácter religioso y bíblicos.

En aquella ocasión solemne contaron con Händel, que era la estrella del momento en Londres, y con piezas de compositor­es anteriores que habían sido escritas o utilizadas en otras coronacion­es. Así, pudimos disfrutar de piezas –entre los más antiguos– de Thomas Tallis (la letanía “O God, the father...”), John Farmer y Orlando Gibbons, o de William Child, John Blow y Henry Purcell, de quien escuchamos en una interpreta­ción muy cuidada “I was glad when they said unto me” –bien subrayada la palabra “alegría” por las voces– escrita medio siglo antes para la coronación de Jacobo II (1685), y para el momento de la entrada de los reyes a la abadía. Da la sensación de que Händel tomó mucha nota de la música de Purcell, muy visible en momentos de El Mesías. Como vemos, Händel fue el único contemporá­neo de entonces.

El concierto comenzó de forma procesiona­l, con tambores, trompetas y coro, que se desplazaro­n por la sala, en una presentaci­ón que contó en general con un buen juego de iluminació­n que nos hizo olvidar en algún momento la dura arquitectu­ra circundant­e. El coro trabajó con elocuencia, como dije, con particular ductilidad en Purcell o en Zadok, the Priest, que fue uno de los cuatro encargos que creó Händel para la ocasión. La gran polifonía tuvo un exquisito desarrollo en las voces, y en el ámbito handeliano estuvo más presente una orquesta pequeña, compacta también en escena, con músicos de calidad.

A pesar de ser alemán, como el rey coronado en la ocasión, Händel supo valorar la tradición británica y puso música a “My heart is inditing”, texto de la Biblia autorizada por el rey Jacobo que el mismo Purcell también musicalizó. El himno de Händel seguido por la procesión de tambores que marchaba de la sala a media luz, cerró una grata experienci­a para un público especializ­ado que llenó casi L’Auditori.

El himno de Händel y la procesión de tambores que se iba de la sala a media luz cerraron una grata experienci­a

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