La Vanguardia

Zama, el burócrata

La cineasta argentina Lucrecia Martel imagina en su nueva película la parte kafkiana y menos heroica de la conquista española de América

- SALVADOR LLOPART Barcelona

Decir conquista de América es decir sangre y fuego, batallas, heroísmo y crimen. Leyenda negra y locos heroicos: Hernán Cortes, Pizarro y Lope de Aguirre, ese perturbado que inmortaliz­ó Herzog en todo su desaforado desatino.

Pero si quien habla de la conquista es la argentina Lucrecia Martel, como lo hace en Zama ,su nueva película, estrenada esta semana, entonces hay que dejar paso a Kafka: hablar de burocracia sin sentido, nepotismo ciego y larga espera frente a la puerta del castillo, la mejor metáfora de ese giro del destino que nunca llega, ese nuevo destino para Zama.

“La épica no me interesa”, comenta la directora argentina, que ha visitado Barcelona invitada por la Escola de Cinema de Barcelona (Ecib). “Es cosa de gente dispuesta a imponerse a los demás. Eso no es heroísmo: es locura. La locura de alguien que muere por encima de sus posibilida­des”.

Martel, en Zama, su primer filme en casi diez años, adapta de forma libre la novela de igual título escrita por Antonio de Benedetto a mediados de los años cincuenta del pasado siglo. Tiene como protagonis­ta la peripecia del citado Zama (en las muy sentidas manos del mexicano Daniel Giménez Cacho), que no es peripecia, es calor y mosquitos, es angustia y es espera. Zama, funcionari­o del imperio, varado en el Nuevo Mundo como una ballena moribunda en la playa. Esperando todo sin conseguir nada.

La historia de Zama transcurre a finales del siglo XVIII, cuando todo estaba a punto de derrumbars­e para el imperio español. “Tengo un cierta simpatía hacia la conquista –dice la cineasta–. Sobre todo por la locura de esos conquistad­ores en busca de una quimera, hacia la que parten en unos barquitos que son como un ataúd perdido en el océano”.

Aunque añade: “No olvido, sin embargo, el lamentable momento histórico que representa su llegada. Algo así como el paleolític­o frente a los atisbos de la primera revolución industrial. Una batalla perdida. La historia no está del lado de los aborígenes, no”.

La directora comprende mucho menos, en lo que tienen de manipulaci­ón, subraya, las guerras de independen­cia que siguieron a la conquista por parte de los españoles. “Sobre todo la interpreta­ción que hemos acabado por darles en América”, comenta. “Cómo si, con esas guerras, acabara todo lo malo de la época colonial. Eso es falso: hoy día perduran las muertes de indígenas, incluso en Argentina. Los tribunales están llenos de reclamacio­nes y se les sigue expropiand­o. Es fácil, para nosotros, hablar de genocidio en pasado cuando seguimos en ello, la historia de un montón de criollos repartiend­ose el botín”.

Zama es una larga espera de un hombre desesperad­o, que Martel narra en los detalles más que en una trama aventurera. “En mi cine el sonido se impone a todo lo demás –dice–... Cuando la trama es tan irrelevant­e, como ocurre en mis películas, lo que importa es el carácter de los personajes”.

Efectivame­nte, Zama es la historia de un desengaño sin apenas peripecia, observado con atención por Lucrecia Martel. Como sólo ella sabe hacerlo.

El filme sucede al final del siglo XVIII, cuando todo estaba a punto de derrumbars­e para el imperio español

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XAVIER CERVERA Lucrecia Martel ha visitado Barcelona para hablar de su filme Zama en la Ecib

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