La Vanguardia

De segundas oportunida­des

Mar Mesa superó un trasplante de corazón para sumergirse en el mundo de la natación

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La mayor gloria no es no caerse nunca, sino levantarse siempre

Nelson Mandela

Un día, ocurrió aquello. Y ya nada volvió a ser lo mismo.

Mar Mesa tenía 25 años cuando notó que algo iba mal.

Lo que vino fue la sensación de desfalleci­miento. El sudor frío recorriénd­ole la espalda. El ahogo. Se vio en la portería de casa, postrada. Por delante, cuatro pisos sin ascensor. ¿Cómo subir aquello?

–Ascendía una planta, y luego tenía que sentarme. Supongo que un infarto tiene que causar una sensación parecida. Empezó el tormento.

Habló el diagnóstic­o: una miocardiop­atía dilatada. Un virus, vete a saber cuál, castiga el corazón, que se vuelve débil. Como respuesta, se inflama.

Ingresó en Vall d’Hebron. Luego, pasó un mes en Sant Pau. ¿La única solución? El trasplante. Entró en lista de espera. Larga espera.

Mientras tanto, le recomendar­on que se moviera. Sólo así, el corazón recuperarí­a su tamaño. Empezó a caminar. Y esa es una paradoja: para salir a la calle tenía que bajar las cuatro plantas. Y luego, tenía que subirlas.

–Caminaba junto a mi madre, mañana y tarde –cuenta.

Me ha recibido en su casa de Montcada, un piso alto y soleado. Con ascensor.

Mar Mesa había recuperado su trabajo como administra­tiva en una empresa de seguros. Salía del metro varias paradas antes de su destino. Así, se obligaba. Caminaba y caminaba.

Pero nada: el corazón se iba debilitand­o. Al año, apenas podía respirar. Volvieron a ingresarla. Ahora se encontraba en estado crítico, en alerta cero.

–¿Estado de alerta cero...? ¿Qué significa? –le pregunto.

–Las listas de espera se ordenan por urgencias. La alerta cero significa que vas por delante de cualquiera en el momento en el que llegue un corazón compatible. –¿Cuándo es compatible? –Cuando compartes el tipo sanguíneo y la constituci­ón. Además, el corazón debe ser de alguien más joven que tú. Yo tenía 27 años. Imagínese qué jovencito sería mi donante...

Tras el trasplante, recuperó sus largas caminatas. Lo hizo con esfuerzo. Llegó a sufrir nueve rechazos.

–¿Qué se siente en el rechazo?

–El cuerpo se ha dado cuenta de que hay algo ahí que no es suyo. Genera defensas contra ese órgano.

Mar Mesa lo explica todo muy bien: es bióloga.

–Puedes llegar a notar ahogo.

Los médicos se dan cuenta del problema porque se lo dicen las biopsias. Yo estaba asustada. Llegué a pensar que tendrían que someterme a otro trasplante. Los médicos no lo veían así: confiaban en el tratamient­o. Encontraro­n la solución a los rechazos, el medicament­o adecuado a base de cortisona.

Los rechazos abandonaro­n el escenario. Al año, Mar Mesa empezó a nadar. También levantaba algunas pesas: la medicación devora la masa muscular. La piscina se le daba bien. El cuerpo tiene memoria. Cuando era una niña, con ocho años, Mar Mesa había practicado la natación. También había nadado en la juventud, cuando estudiaba Biología.

–Mejoré mucho en muy poco tiempo. Nadaba con un grupo de trasplanta­dos. Podía hacer el doble que los otros, así que me vine arriba.

Era bracista. Su nivel era tan alto que se planteó un reto. Tal vez, sería capaz de ganarse una plaza para los Juegos para Trasplanta­dos que se celebraban en Kobe, en el 2001.

Se entrenaba mucho, bastantes horas al día. Había decidido exprimir aquella aventura.

Las cosas no salieron del todo. No logró la plaza, y siente cierta impotencia.

–Vi cosas extrañas. Vi a deportista­s que hacían las mínimas y se quedaban sin plaza. Y vi a directivos viajando con su esposa y un amigo que jugaba a tenis o a ping pong.

Aquello le sentó fatal, así que a otra cosa.

Dejó de nadar y siguió caminando. Y a tramos, corriendo. Ha hecho la Jean Bouin, y algunas carreras en Can Dragó. –Siempre con calma ¿eh? Escucho la risa de Àlex, su marido, que nos observa desde el otro lado de la sala.

–Soy uno de los pocos casos de trasplanta­dos cuyo sistema funciona a la perfección. No he desarrolla­do diabetes, ni hipertensi­ón, ni osteoporos­is. Tengo algo de colesterol, lo único...

Àlex la aprieta. Al hombre le va la montaña. En una habitación, sobre la cama, descansan varias mochilas y anoraks. En unos días, la pareja se va monte arriba, a recorrer las colinas de Andorra.

Àlex me dice:

–A veces, al acabar una caminata, nos asomamos a la ventana y miramos hacia arriba. Le digo a Mar: “Hace un rato estábamos allí, muy lejos”.

Mar Mesa se asombra de sí misma. –¿No tiene usted miedo? –le pregunto. –¿Miedo...? Estoy viviendo una segunda oportunida­d bestial. Hace 19 años que no debería estar viva. Soy feliz porque estoy aquí. Esto me viene de más.

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CÉSAR RANGEL Mar Mesa posa para La Vanguardia en su casa de Montcada, esta semana
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