La Vanguardia

Burbujas de invierno

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El lunes comí con una historiado­ra de la economía para quien el sistema financiero está a punto de romperse y ser desbordado por la tecnología blockchain. El martes un popular empresario dijo que teníamos que quedar para explicarme la fórmula con la que su empresa captará recursos para crecer (también blockchain). El miércoles un consultor experto en organizaci­ones me felicitaba el año a gritos en medio de la calle –hacía mucho viento- y añadía que su objetivo para este 2018 es crear una start-up de blockchain. El jueves, para acabar, un financiero que siempre aparece cuando nadie lo busca, me quiso convencer de poner dinero en una moneda digital local...

No sé si estas cosas pasan por casualidad. Que de repente todo el mundo hable de lo mismo. Que te digan que el mundo está a punto de cambiar y que si no subes al carro ya llegas tarde. En septiembre de 1987, cuando trabajaba en un banco, me dejé convencer por un cliente muy bien informado para comprar acciones de una automovilí­stica local. Dos semanas después la bolsa se hundía. Los resguardos de aquellas acciones todavía corren por casa...

No quiero ser gafe. No tengo una opinión acabada sobre si el bitcoin es la gran burbuja a punto de pinchar. Pero esta semana la moneda digital más famosa ha perdido la mitad del valor conseguido hasta el 8 de diciembre (¡después de haberlo aumentado 60 veces en tres años!). Ya sé que no debo mezclar. Que una cosa es el bitcoin. Y otra la tecnología que lo ha hecho posible, la blockchain, con grandes expectativ­as de futuro (y me lo tengo que creer, porque quien lo dice es gente seria). Sin embargo...

El bitcoin fue creado en el 2009. Es, de lejos, la principal divisa digital (200.000 millones de capitaliza­ción). Hay otras. Y a todas les ha ido bien en 2017, un año con tipos bajos e inversores desesperad­os por hacerse ricos, al menos sobre el papel. El 2017 ha sido también el año de los initial coin offering (ICO), equivalent­e de las salidas a bolsa de empresas con “divisas” que permiten hacer transaccio­nes con sus productos. Todas son criptodivi­sas, porque los códigos de uso están basados en la criptograf­ía. Las transaccio­nes no requieren de una autoridad central. Se validan de manera descentral­izada (de ordenador en ordenador) y una vez confirmada­s, se almacenan.

Una divisa sin autoridad central (ni padre ni patrón, ni banco ni estado) tiene un atractivo aventurero y libertario. Pero un mercado no regulado es un mercado inestable e ininteligi­ble (¿quién manda en bitcoin? ¿quién es el que tiene más? ¿es sostenible su creación?). También es escenario de pequeñas y grandes estafas. En los últimos días muchos gobiernos han dicho que quieren regular las divisas digitales. Eso ha hundido en parte su valor. Hay quien dice que con ello las criptodivi­sas entran en la madurez. Pero son más los que creen que es el principio del fin del bitcoin. Hay muchas razones para pensar que la tecnología blockchain (que puede revolucion­ar las actividade­s sometidas a contratos) tiene mucho futuro. Pero antes deberá sobrevivir al previsible pinchazo de la burbuja bitcoin.

La ‘blockchain’ puede tener un gran futuro, pero primero tendrá que sobrevivir al apocalipsi­s del bitcoin

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Ramon Aymerich

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