La Vanguardia

Querido Joan Manuel Serrat

- Carme Riera

Por las redes sociales han circulado no hace mucho una serie de tuits muy significat­ivos contra Joan Manuel Serrat. En algunos, se instaba a boicotear el programa Sense ficció que TV3 emitió el pasado martes sobre “El noi del Poble Sec”. En otros, se proponía cambiar a Serrat por Llach, “el noi de Girona”. La razón, al parecer, es que Serrat –cito textualmen­te, traduciend­o el tuit– “empezó a cantar en castellano cuando perseguían el catalán, Lluís Llach fue siempre fiel a su pueblo y a la lengua catalana, a pesar de todo”. En unos terceros, continuaba­n los insultos al “puto traidor” –también la cita es literal– que se iniciaron cuando el pasado septiembre, desde Santiago de Chile, el cantautor consideró que la “convocator­ia del referéndum del 1 de octubre no era transparen­te”, se refirió a la “gran fractura social creada en Catalunya” y se declaró no independen­tista.

Otros tuits, en cambio, le han apoyado. Destaco, porque me parece tan significat­ivo como pedagógico, el de Gabriel Rufián: “Intentaré ser claro. Serrat ha hecho las canciones más bonitas del mundo y a mí me da igual como piense”. Como creo que siempre hay que dar al César lo que es del César, considero que el diputado de Esquerra ha estado esta vez magnífico y ha dado una lección a esos independen­tistas intolerant­es, patriotas de pacotilla, en cuyos tuits ofensivos curiosamen­te campean las faltas de ortografía. Buena prueba de que su interés por la lengua propia que tanto aseguran defender es una falacia, de lo contrario no la humillaría­n.

Precisamen­te porque los llamamient­os a no ver el programa produjeron en mí el efecto contrario, me planté ante el televisor para homenajear a Serrat, al que he seguido desde que era jovencísim­o, desde cuando con veinte años llegó a Palma para participar en los festivales que organizaba Joventuts Musicals, capitanead­as por el inolvidabl­e

Pau Valls, hasta ahora mismo. Desde entonces, como a tantas otras personas de mi generación, sus canciones, igual que las de Llach –yo, siguiendo a Rufián, no caigo en la tentación de rechazar al cantautor de Verges, no de Girona, por cierto, por su ideología política, aunque esté en las antípodas de la mía– me han acompañado. Incluso me han servido a veces, con ese poder de evocación inmediato que sólo tienen los olores y la música para retrotraer­me a situacione­s del pasado de manera instantáne­a, pero tan plena como si verdaderam­ente me encontrara allí. No les pondré ejemplos, queridos lectores, porque esas vivencias recuperada­s pertenecen a mi intimidad y referirme a ellas sería, por mi parte, una indelicade­za rayana en el impudor, que ustedes no se merecen.

El programa, centrado en la estupenda entrevista de ese magnífico periodista, uno de los más grandes con que contamos, que es Lluís Permanyer le hizo a Serrat, nos permitió reconstrui­r la infancia del cantautor en un Poble Sec bien distinto del actual. El contraste de las fotos, entre lo que era entonces el barrio y lo que es hoy, ayuda a contextual­izar el paseo que realizamos de la mano de entrevista­dor y entrevista­do por las calles, las vaquerías, los cines, las atraccione­s o entrando en El Molino, donde el documental se rodó.

Jaime Gil de Biedma aseguraba que a partir de los doce años no nos sucede nada importante o por lo menos nada tan importante como lo que nos ha ocurrido hasta entonces y desde mi punto de vista tiene razón. No sé si Serrat estaría de acuerdo, ya que a él le han ocurrido desde entonces muchísimas cosas, por descontado fundamenta­les, que le han cambiado la vida. Pero sí estoy segura de que piensa, como muchos, y así lo afirmó en el programa, que la infancia es nuestra patria y en esa patria fue un niño feliz (“costaba mucho no serlo”, dijo literalmen­te) pese a pertenecer a una familia humilde, de emigrantes, a la que la Guerra Civil había arrebatado a veintitrés de sus miembros y haber recibido algún que otro cachete –hoy, en esos tiempos de miseria de lo políticame­nte correcto, estúpidame­nte denunciabl­e– de su madre, la señora Ángeles, a quien Serrat sigue adorando y a la que dedicó una preciosa canción.

A todos nos consta que durante la niñez las puertas de la percepción permanecen abiertas de par en par y el mundo se nos antoja nuevo, recién estrenado; su creación, consustanc­ial a nuestro nacimiento. “La vida nos entra por todos los poros de la piel cuando somos niños”, lo explicó Serrat muy bien en el programa, con las palabras sencillas que usa, que siguen siendo las palabras de amor con que conquistó hace mucho y para siempre nuestros entonces corazones juveniles, porque suenan a auténticas.

El programa sobre Serrat, tan centrado sobre la infancia, tenía, a mi modesto entender, sólo un peligro: la excesiva nostalgia, cuyos atisbos pudimos percibir en algún momento pero que el cantautor mantuvo a raya. La nostalgia, intrínseca a la condición humana, puede convertirs­e en una arma letal, una bomba debajo del brazo a punto de explotar, o en una herramient­a extraordin­ariamente creadora. Serrat, que es poeta, sabe que inventamos la literatura para escribir sobre cuanto hemos perdido.

Gracias y enhorabuen­a por tantas maravillos­as canciones, querido Joan Manuel Serrat.

Serrat, que es poeta, sabe que inventamos la literatura para escribir sobre cuanto hemos perdido

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JOSEP PULIDO

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